Leo a
Rubalcaba exigiendo que quiten las cuchillas de la valla de Melilla.
Esas mismas que cuando se fabricaban su compañero Griñán visitaba
complacido en origen no sé si pensando que eran para algún producto
de la teletienda o para preparar el salmorejo. Pero allí estaba él,
con su casco y en campaña electoral, palmadita a los trabajadores,
foto y ningún problema moral. Después de esto, las lágrimas socialdemócratas que diría el gran Santi González, de la señora Valenciano y su episodio en el arbusto.
La
vicepresidenta, esa pequeña gran mujer, pide tiempo para estudiar
informes y se escuda en las mafias y la inmigración ilegal que
desordenada y sin posibilidades sólo puede ser caldo de cultivo de
males mayores. No le falta razón pero hablamos de esas concertinas,
que son esas cuchillas que suenan a música y en realidad gimen
muerte.
La
certeza es que es un tema complicado, difícil, pero no creo que
pasar por la picadora a esos presos de la desesperación que buscan
un mundo mejor sea la solución. La Guardia Civil, con más humanidad
y lógica, pide más personal para atajar el problema, y si bien
sería principalmente una medida disuasoria, -de esas que usan para
el tráfico sin afán recaudatorio...-, no deja de ser una opción
menos cruel.
La
valla es el último paso que tienen esos hombres (los que saltan
suelen ser hombres) a un primer mundo y algunos llevan kilómetros en
los pies, soñándolo. Y aún así, cuando saltan y corren
despavoridos, puede que les quede para llegar a la Península. La burocracia no tiene corazón.
La otra
opción es el mar, quien conoce el Estrecho sabe de lo traicionero,
frío y desolador que pueden ser esos catorce kilómetros pero cuando
eligen esa opción y consiguen llamar a tiempo para que llegue
Salvamento Marítimo, se les recoge, acuna y protege, no hay
cuchillas. Luego se les entrega una carta de expulsión que
generalmente no es más que papel mojado con ese salitre que la noche
anterior en la oscuridad serena del océano abrazando al mar, se les
pegó en las pestañas.
Cuando
mi hija pequeña vio los saltos de esa valla este verano, me miró
extrañada y me preguntó si es que no había una puerta, como no le
miento, le dije que si, y aun más contrariada me espetó que por qué
no la abrían: eran personas, dónde estaba el problema. Explicar a
una niña de ocho años que existen fronteras, leyes, mafias,
recursos limitados, es difícil, pero contraponerlo a la vida de una
persona, aún más. Me resonaba esa canción que aprendí de pequeña
con las monjitas: "no te importe la raza ni el color de su piel,
ama a todos..." y me sentía traicionando lo más básico de mis
creencias. No sé si he hecho bien, pero he sido incapaz de contarle
lo que son las concertinas, aún pretendo que tenga fe en los demás, confianza en el ser humano.
A lo
mejor, pese a tantas dificultades y alta política internacional,
ante unas cuchillas afiladas, para resolver el problema sólo hace
falta mirar por una vez desde el escaño, sin mediocridad ni demagogia, con los ojos limpios de un niño.
Siempre acertada Rocio.
ResponderEliminarYo sueño con un mundo sin fronteras, sin muros y sin vallas con o sin cuchillas. Un sueño imposible, una quimera, verdad??
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