Me
gustaría que entendieras que este correo electrónico que lees en
una pantalla no es en realidad un cibernético mensaje, preferiría
que lo consideraras una manuscrita carta, en un cuidado papel de
calidad, un verjurado color crema doblado perfectamente en tres
partes iguales, lo necesario para entrar en un sobre donde mi
deformada letra hilvanara tu dirección y rematara en la solapa con
mis iniciales.
Tal y
como te escribo me imagino pensando mis frases con cuidado, escribir
a mano impide errar, los tachones solo ensuciarían mi mensaje, y en
vez de teclear con derecho a borrar sin dificultad como lo hago
ahora, estaría concentrada en cómo quedarían eternas mis palabras
para ti.
Quizás
recuerdes que te conté que las cosas importantes las escribía con
pluma, que el rasgar de su plumín y el secado de la sangre de su
tinta azul cobalto me provocaban reverencial asombro y me parecía
que le daban categoría suficiente, empaque y elegancia y es por eso que me sentía
representada en su forma de interpretar la letra que subyace al final
de mi mano.
No
necesito cubrir muchas hojas ni tampoco aburrirte con mis
divagaciones, quizás en otro momento la decisión de escribirte me
hubiera llevado a mandarte casi una novela y disfrutaría haciéndolo,
pero hace tiempo que comprendí que para conseguir tu atención es
mejor que me dirija a ti con mensajes cortos y concisos, puede que
pierda la magia del lenguaje incluso me prive de jugar a la
literatura, hasta soy consciente de que me arriesgo a que algo no te
quede lo suficientemente claro, pero en el fondo, no tiene
importancia.
La
verdad es que no tengo que remontarme a un pasado lejano, ni a
tiempos remotos, sería bonito traer a este momento los años que
compartimos, todos esos recuerdos que tenemos juntos y lo felices que
fueron algunos de ellos. Pero también me conozco y sé que sería
demasiado emotivo para mi y a ti sólo te supondría más líneas que
leer, y como mucho me dirías "no necesito que me lo recuerdes,
yo ya me acuerdo solo".
A estas
alturas ya sabes lo que voy a decirte porque aunque te hayas
revestido de frialdad y algo de desdén, aunque te sienta más lejos que nunca
incluso tumbado a mi lado, me sigues conociendo y sabes como soy.
Quizás te extrañe esta manera de dirigirme a ti, pero me acobardo
pensando en mirarte a los ojos y se que no sería capaz de articular
serenamente ni una palabra, acabaría en silencio o en una
desquiciada conversación que sólo nos haría más daño.
Así
que adiós, te deseo todo lo mejor, que seas feliz y te cuides mucho.
Ten por seguro que eres parte de mi historia y herida en mi corazón.
Ojalá algún día seamos capaces de volver a ser esos buenos amigos
que fuimos, sin rencores ni reproches.
Un
beso.
Ana
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