lunes, 2 de diciembre de 2013

EL EPÍLOGO DE ANA

La realidad es que Ana salió adelante, no fue fácil, si bien durante semanas se sentía desgraciada y no era capaz de salir a la calle sin dolor o sin que todo le supusiera un doloroso recuerdo, fue poco a poco recuperando su mundo, su vida. Se hizo millones de preguntas y ni una sola vez encontró una respuesta que le fuera válida, hasta que se aburrió de hacer el amago de contestarse.
Durante una temporada le pasaban las mañanas y las noches con una cadencia lenta, una sucesión en el tiempo que no podía parar pero tampoco hubiera hecho el amago de controlarlo. Se dejaba llevar sin necesidad de comer, de dormir, sólo las lágrimas, los recuerdos y alguna que otra obligación -que podía cumplir a base de fuerza de voluntad- eran sus compañeras.
De repente, recordaba, un día sintió calor y descubrió que ya estaba empezada la primavera, no tenía ningún mensaje que le hiciera concebir esperanzas pero ella tampoco cayó en la tentación de echarse atrás, lo último que le dirigió fue aquella carta y nunca obtuvo respuesta.
Así que con aquel jersey sudado se quitó la última capa de dolor y absurda esperanza, y liberada de abrigo, de cuerpo y alma, se fue a la calle a mirar la realidad con ojos nuevos. Y resultó que pese a su aislamiento, el mundo había seguido girando, la vida siguió sus pasos y las flores que comenzaban a salir provocaban las alergias y las alegrías a la vista de todos los años y supo, al mirar los colores sin filtro alguno, que todo había pasado, no sabía si se daría una nueva oportunidad frente al amor, pero tampoco le cerraba la puerta a la esperanza.
Ana miró al futuro porque nadie muere de amor.

1 comentario:

  1. Parece que sigue al que leí precedentemente.
    Un historia que duele, que se resiste a terminar.
    Bonita manera de dejar la puerta abierta para volver a empezar.
    Un saludo

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