Hay dos sitios en el mundo real, de los que conozco, en los que me siento una princesa. Princesita entendido como lugar en el que me siento una niña con todos los lujos, las ilusiones y los parabienes. Un sitio donde sonrío y la sonrisa no se descuelga de mis labios y donde los ojos, tras unas incipientes lágrimas de emoción, se quedan brillantes.
Uno de ellos, y en espera de conocer el primigenio, es un parque temático: Eurodisney. Quien ha ido a Disneyland dice que es aun más bonito y que conociéndome puede que haga una sentada a lo 15M y no consigan traerme de vuelta de Orlando. No lo sé pero es probable.
En Eurodisney soy feliz de una manera utópica e irresponsable, me pongo al mismo nivel que cualquier niña de las que abarrotan el parque solo que ellas se pueden vestir de princesa y yo no, debí hacerle caso a Peter Pan cuando me dejó claro que crecer era una trampa. Allí todo está limpio, la gente sonríe pese a colas eternas y la ilusión de los niños (y no tan niños) es contagiosa. He ido varias veces y siempre tengo en la recámara las ganas de volver.
El otro lugar es el Hotel Palace de Madrid, nunca he dormido allí, no se como son sus habitaciones ni sus suites, quizás lo haga algún día pero no es mi prioridad por que mi palacio, mi reino de princesita, es la Rotonda. La famosa Rotonda del Palace.
Cuando entras por la puerta accedes a un magnífico hotel, es un lugar de lujo clásico y se nota sin aspavientos, con la elegancia que tenían antes los ricos, sin atrocidades estéticas, glamour como sin esfuerzo. Los metales dorados brillan y las alfombras tan mullidas son un paradigma de la comodidad y el confort donde los zapatos de tacón se silencian porque como dice mi abuela "a las señoritas no hay que oírlas llegar" -a mi es algo que se me da fatal porque piso fuerte-.
El bullicio no se diferencia de cualquier otro hotel de lujo, sin embargo en su personal se advierte sabor de ayer, de no tan lejanos tiempos donde la categoría era el grado de referencia.
Subiendo el último tramo de escaleras la vista se va a la cúpula y allí me quedo extasiada. Los colores y la luz son mi cosmos favorito y en ese lugar se dan la mano y se ofrecen galantes para mi deleite y entonces, me entran ganas de dar vueltas con los brazos extendidos como una niña bajo una lluvia de flores, y aunque se que no debo hacerlo, una parte de mi está ya girando sin que nadie me vea.
La tapicería de sus sillas y sillones son perfectas con unos colores vivos pero cálidos que acogen al compás del suelo, las flores naturales están justo deben estar y en la cantidad adecuada, la comida es excelente pero para mi es lo de menos, yo lo que disfruto es del sitio, del lugar, del ambiente.
La última vez que estuve colgaban mariposas doradas, no se si siguen estando porque ya hace tiempo que no voy, pero era el complemente perfecto para mi sueño monárquico. Era como si la primavera hubiese llegado a mi ilusión. Con la luz colorista más brillaban sus alas y eran flashes fotográficos de mi fiesta particular. Quiero volver, tengo que volver, y cuando lo haga me aseguraré de retener cada color, cada emoción y cada brizna de luz para los días grises como los de hoy en los que necesito sentirme una princesa.
Una cholita que va a los madriles y se queda boquidifusa ante los leones y luego entra en el Palas.
ResponderEliminarLuego lo cuenta como si fuera por allí dia si dia no. N. T. J.
Sigue viviendo de sueños e ilusiones, eso nadie te lo puede quitar!!
ResponderEliminarEl adulto que deja de ser niño, no sabe lo que se pierde.