viernes, 4 de abril de 2014

SÁBANAS AL SOL

Sueño con una cama grande con vistas al sol. Que los rayos tibios tamizados por el cristal me calienten la piel y lentamente me hagan abrir los ojos. Sueño con despertarme con pereza y disfrutar de las sábanas arrugadas por la noche de descanso. Mucho se escribe de las noches de pasión, de las de ternura entregada y hasta de las de sexo desenfrenado, de dormir arropado por quien amas, o descansar en el pecho de quien te hizo tan suya como tú a él propio, pero lo cierto, es que una noche de sueño reparador, es mágica.
Mañanas de despertar con tiempo, de buscar sensaciones epidérmicas que cuajen en el corazón, y viceversa, sentir con intensidad los latidos de la piel hasta que la piel se erice en el recuerdo, real o imaginado. Cuánto disfruto de las historias que no han pasado. He llegado a sonreír con los ojos llenos de lágrimas al emocionarme de una ensoñación y ser consciente de ello.
Y despertar en silencio, sin despertador ni timbre telefónico, sin radio ni música ni televisión, sólo el crujir de las sábanas suave y delicado, por el afán del cuerpo deslizándose por ellas, atravesando de un lado al otro la cama, como si fueran caricias saladas en alta mar.
Y mi teoría es, que en las noches que se descansa bien, es porque se hace en sábanas limpias, planchadas e  inmaculadas. Y cuando les da la caricia del astro rey, me acuerdo de esos grandes tendederos de la azotea de mi casa familiar, con las sábanas ocupando más de media cuerda, imponentes fantasmas diurnos de hilo, grandes, azotadas por el viento, hablándome en golpes  de "levantera". Un plop plop plop de código morse con olor a limpio y un deje de salitre. Me gustaba sentirme abrazadas por su balanceo y jugaba entre cordeles. Otras veces me iba a la última de ellas y jugaba a que me pillara. Corría y volvía, y cuando la veía inflarse volvía a correr, y si me despistaba, me rozaba, y me ganaba ella. Me recuerdo muy pequeña preguntando por qué decían blanquear al sol, y sin embargo, ahora no puedo dejar de sonreírle a la niña que fui, porque es una magnífica expresión, tan clara como cierta.
Y después de soñar con despertar al sol, en mi cama grande, muy grande, sin prisas y en silencio, lo mejor es sonreírle a un café recién hecho.
Buenos días.



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