Parto de la base de que asumir la imperfección inherente al ser humano no es una pátina de falsa humildad. Tampoco soy la mujer con la autoestima más férrea del planeta, ni del país, ni siquiera de mi edificio. Asumo con total tranquilidad, mi incapacidad en varios temas, bien porque soy una ignorante en la acotada materia o porque mi memoria, frágil y descortés, se dedica a emborronar mi conocimiento. Cierto es que mi tozudez es mi peor enemiga y que las prisas, a veces, me han jugado más malas pasadas que mi incultura. Admito que la incultura es una gradación intelectual y que va desde el analfabetismo hasta el desasosiego de quien quiere comprender todas los enigmas que se va encontrando a lo largo de la vida. "Sólo sé que no sé nada", no es nada original lo que digo.
La memoria, esa gran desconocida para mí, es la base de la erudición. Es una teoría personal, lo sé, pero tengo argumentos y experiencia para rebatirla, florete en mano - En Garde!-. Por mucho que haya leído, conocido y absorbido de fuentes diversas, por mucho tiempo que desde la infancia haya dedicado a aprender, sin la suficiente retentiva, los conceptos quedan en un limbo intelectual imposible de rescatar. Si de cada lectura, con el paso del tiempo, sólo he absorbido el diez por ciento de lo estudiado, lo que queda como poso de sapiencia, es un porcentaje irrisorio. Si no fuera por el placer que me produce mientras se da el proceso de aprendizaje, lo mejor sería bajar los brazos y darme por vencida.
Me estoy leyendo un libro ahora que me han recomendado. Doscientas páginas que me van demostrando línea a línea mi incultura y que me abren los ojos sobre lo imperfecta que puedo llegar a ser. Y menos mal que no es un libro de auto ayuda, estaría acabada. Sin embargo, en contra de sentirme desahuciada del mundo del conocimiento, me siento espoleada cual yegua en la soledad de la orilla, al borde del mar, en un ocaso de invierno. (Licencia literaria)
Me dijeron que era un libro imprescindible, y lo suscribo. Me dijeron que lo desmenuzara e interiorizara, que lo hiciera mío sin aportar casi nada de mí. Es decir, que dejara de lado mi tozudez, mis excusas, mis vitales páginas escritas y cual pen drive en blanco, me dedicara a aprender. En contra de mi sentir usual, no me revolví como una anguila, acepté el consejo (orden) y en ello estoy.
Estoy leyendo con una fe animal en quien me lo recomendó, obedeciendo como si me estuvieran lanzando la pelota o me mandaran a sentarme tras un "¡sit!" enérgico. También lo hago con disciplina cuasi militar, la aprendida en el colegio (Deo gratia), la que me hacía tener apuntes perfectos, y durante una época, llenos de colores. La constancia también presente, la que fuerza la voluntad dispersa y procrastinadora, la misma que puedo llegar a utilizar para someterme a un régimen alimenticio o a una rutina gimnástica.
Lo que me está costando más es subrayar y hacer pequeñas anotaciones. Me suponía -supone- un acto contra mi voluntad. Me he visto en una lucha titánica entre mis valores frente a los libros y obedecer a quien me ha recomendado que lo hiciera. Mi sentimiento de estar violando la invulnerabilidad del escritor (escritores) del texto, de mancillar las elegantes páginas impresas, y aceptar el consejo recibido de alguien en quien tengo confianza suficiente como para darle la razón. Finalmente, para tranquilizar a mi conciencia y no considerarme una delincuente, he aceptado que este libro es un libro de texto y así puedo subrayar sin sentirme culpable. En lápiz, por supuesto.
Las anotaciones son otro tema, casi no me acuerdo de como se escribía, de como eran esas pequeñas flechitas que dirigían a hormiguitas que incansables y trabajadoras, ayudan a comprender o ampliar el texto. Reconozco, sin exageración alguna, que me temblaron las manos al anotar por primera vez, se removían recuerdos, tardes de estudio, se fueron años de mi vida, me sentí niña.
El libro no lo he terminado, voy lenta y paro a paladear lo aprendido, en un intento (¿estéril?) de que se fije más de un diez por ciento en mi desgraciada memoria. Poco más de la cuarta parte ha sido suficiente para esta reflexión. Quizás cuando lo termine vuelva a contaros dónde me han llevado los autores... si soy capaz.
Estoy segura que esos conocimientos o conceptos de los que hablas, los que parece que no se absorben, se guardan en una cajita especial en el cerebro. Luego los va soltando a medida que los necesita...como si fuera el polen de una hermosa flor en primavera...
ResponderEliminarPrecioso
Lola_Mento