Hay momentos en los que cuesta escribir. Se atraganta el teclado y las letras van bajando una a una por la tráquea, dejan un mínimo hueco para respirar y mantenerse con vida, angustiosa pero vida.
Esos ratos en los que te encuentras suspirando, rogando a las musas y a los dioses que te pasen cosas, aunque sea un estética bofetada como la que Gilda recibió de Farrell. Lo que sea. Luego lo piensas, y eres consciente de la barbaridad a la que se dedica tu subconsciente y casi te ves como la jovencita de un libro de Enid Blyton, agitando la cabeza para que se vayan los malos pensamientos. Porque las jovencitas de esos libros siempre lo hacían así y les servía. Un ahorro para el gasto en psiquiatra.
Es entonces cuando giras hacia la imaginación, con la esperanza que pintan los fados, prácticamente ninguna. Porque según la temporada, la imaginación tiene pinta de pasa más que de lustrosa uva en el frutero de Portugal; y las pasas, como cuenta la leyenda, sólo sirven para aumentar una talla de sujetador y apartarlas del plum cake.
"Nadie te obliga", suelen decirme, y me lo repito en el hueco neuronal que sufro en ese momento. "Me obligo yo", contesta el eco. Esta voz que se empeña en hablarme, que susurra como Marlon Brandon en El Padrino, lo que sería en otro momento un placer, pero con la manía que le estoy cogiendo, empieza a sonarme como Gracita Morales con delantal y cofia (Señoritooo).
Y piensas en temas a escribir, miras la consabida libreta: amor, sistema educativo, atardeceres a caballo, sexo, amistad, la crisis que nos encorseta aferrados al poste de la cama -nosotros somos Vivien Leigh por supuesto, Montoro es Mama-, y parece que ves la luz al final del túnel y echas a andar presurosa y ni siquiera buscas una música con la que escribir, aterrada por perder ese mínimo fleco.
Y suena el teléfono y la educación te impide no cogerlo, y la maternidad te obliga a descolgar, y es el tele operador de Jazztel y estás a tres segundos de acordarte de todos sus ancestros fallecidos pero sólo cuelgas y lanzas lejos el teléfono inalámbrico (primera base). Protestas en voz alta, defecando en el marketing.
Has perdido la inspiración, mínima, quizás insuficiente. Bajas los brazos sobre el teclado, vencida por la telefonía, cuando en realidad, si oyera a Don Vito Corleone, sólo estás usando el hispánico recurso de echarle la culpa a otro. Y eso aún no es figura literaria.
Y ya da tiempo a buscar música, empiezas de cero, incierto, empiezas de menos diez. Te tienta que sea la banda sonora de El Padrino la que te amenice pero mueves el ratón y pulsas Batman. Los superhéroes nunca fallan.
Eso te pasa por querer escribir en vacaciones, dale también esas merecidas vacaciones a tu mente, esa que se revela a contarte historias para escribir...
ResponderEliminarEl merito está en los que, como tú, se esfuerzan en no caer en la comodidad del lamento y hacen que las musas les encuentren delante del teclado, el pincel o el piano.
ResponderEliminarHasta de la falta de inspiración eres capaz de sacar un relato con el que sentirse identificado.
No te rindas, la meta de tu maratón está más cerca que lejos.
Estoy seguro.