- ¿Qué le pides a un hombre para que sea digno de ti?, me preguntó entre la curiosidad y el pie de conversación.
Creo que quería hacerme hablar para poder desconectar o quizás fuera una intriga sincera, sin embargo fui rápida, lo tenía claro, era fácil mi respuesta. Podría matizar lo de la dignidad, pero sabía que era innecesario, que era coloquial. Lo entendí sin apegarme a la literalidad.
- Que hasta sus silencios sean inteligentes.
Puede que no se esperara la respuesta o quizás capté su atención con ella, pero no le estaba mintiendo, era algo que tenía muy claro.
- Por favor explícamelo, me rogó.
Sonreí porque no sabía hasta que punto debía hablar, me movía en un terreno pantanoso. Si me ponía a explicar, a enumerar, lo más seguro es que en su mente empezara a tachar las que consideraba que él tenía. Aún así me arriesgué.
- Es fácil, a mí me producen cierta desidia esas parejas de tan bajo nivel cultural (que no económico) que cuando conversan suena el eco. Yo necesito que ese hombre sepa hablar, escuchar y hasta que me enseñe lo que él sabe y yo no. Luego están las pequeñas cosas, que su voz sea bonita, por ejemplo. Que sepa mirar y ver, que son dos cosas diferentes.
- No me has dicho nada del físico...
- El físico va por dentro. Es verdad que hay personas que no atraen y es imposible encontrarles algo que sea atractivo para nosotros. También está la opción contraria, personas que son poco agraciadas físicamente pero que su personalidad es tan interesante, tan apasionante, tan bella, que no queda más remedio que caer rendido a sus pies.
- Curioso
- No lo digo de broma. Es cierto que un hombre muy guapo hace que se le mire, incluso es posible desearlo, pero para que sea alguien con un mínimo de constancia en mi vida, tiene que ser primero bello por dentro.
- Eso es un gran tópico, me consta que lo sabes.
- Sí, pero es cierto. Por eso necesito que sean inteligentes, esas personas son además irónicas y con un sentido del humor poco chabacano y hasta si tuviera algo de vulgaridad lo disimulan con cierto estilo.
- Tú príncipe azul tiene demasiados requisitos, comentó entre jocoso y retador.
No supe identificar si quería jugar o me estaba insultando veladamente, así que callé y le miré. El silencio, lejos de ser incómodo era elocuente. Finalmente lo rompió él con una sonrisa
- No has dicho una palabra pero tus ojos me lo han dicho todo.
Sonreí con algo de picardía y mis incisivos mordieron mi labio inferior en un gesto repetitivo de nervios y sensualidad.
- Aprende que siempre, en cualquier circunstancia, para callarme más que la boca... tendrás que taparme los ojos.
Memmmmmmmm...
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