Cuando era pequeña, a los cuatro o cinco años, había muchas cosas que no entendía, y otras que me parecían incomprensibles. Sin más. Pasaba cierto tiempo esforzándome en saber las razones, investigaba y en ocasiones preguntaba, pero si después de tan ímprobo esfuerzo, no tenía una satisfactoria respuesta, abandonaba la duda y la archivaba en el capítulo de lo incomprensible, ese que está justo al lado del ya lo entenderé. Es cierto que sucumbía a ignorancia, no lo vestiría de desidia, a duras penas mediría un metro -supongo- y esa es una palabra muy grande, era la aceptación de las limitaciones por edad. Estaba el mundo de los mayores, y estaba mi mundo.
Era una niña curiosa, con necesidad de saber, pero a la vez con una timidez parcial que podía confundirse con orgullo. No es que me negara a consultar a los demás las cosas que no comprendía, es que me daba vergüenza que supieran que a mi edad aún no sabía de lo que me estaban hablando. Esto me sucedía incluso con la familia. Es el precio a pagar por estar entre abultados coeficientes intelectuales.
Había muchas cosas difíciles para mí, incluso había cosas que siguen siendo un misterio para mí, a los treinta y ocho años, pero sobre todo, había algo mágico en las medias. Formaba parte de mi capítulo especial de rarezas. Quizás era de lo más normal para otras niñas, pero a mí me resultaban fascinantes. No estaba la diferenciación entre medias y panty. Entre ligas, ligueros y "enterizas", que se decía en mi pueblo. A mí lo que me sorprendía más que nada era que no se rompieran.
Las medias, usaré el genérico aunque eran panty las que usaba mi madre, eran tan finas, tan sutiles, tan suavitas que me parecía imposible que no estuvieran llena de agujeros, de carreras. Como no pensarlo si a mí se me hacían hasta en los leotardos. Y cuando se lavaban, no se rompían tampoco y quedaban tendidas en el cordel, entonces era como media persona al viento. Se veían esos pies planeando entre el levante y era como un espectro de sensualidad y glamour.
A mí me gustaba cuando mi madre decía que se ponía las medias porque ya hacía frío. Yo le miraba las piernas, miraba mis pantalones de pana o mis leotardos, y no podía comprender que esa prenda que era como una tela de araña, le quitara el frío. Era imposible que aquello abrigara. Tampoco comprendía cuando llegaba el día en el que se las quitaba porque ya picaban y daban mucho calor. Si no debían ni sentirse en la piel, pensaba.
Hace unos años, no demasiados, me descubrí diciendo que ya hacía calor para llevar medias. Me quedé sentada en el filo de mi cama, mirando mis pies posados en el suelo. Aceptando mi edad, con las medias que acababa de quitarme en las manos, recordando todas mis dudas infantiles. Entonces sonreí, por fin lo había entendido.
Precioso Rocío...
ResponderEliminarQue bonito.
ResponderEliminarNo sé si es en Tootsie o en Con faldas y a lo loco, hay un comentario muy divertido sobre "el frío que pasan las mujeres con esas medias". Como los niños.
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