Hubo un tiempo en el que las noches de nubes, permitían jugar al escondite con la luna y hacía soñar con la silueta del castillo del conde Drácula. Esas noches nubladas privaban de la diversión de unir con una línea imaginaria, los puntos celestiales que son las estrellas. Eso era antes, cuando dejaron de verse las estrellas en las ciudades perdimos la oportunidad de buscar una fugaz a la que pedirle un deseo. De ahí que los niños de asfalto le pedimos deseos a los aviones.
Claro que cada vez nos volvemos más reacios a creer en la suerte, descreídos de la magia de los deseos y pragmáticos en el día a día, acabamos rompiendo la infancia antes de tiempo y sin embargo al mismo tiempo somos adultos infantilizados reacios a asumir responsabilidades, consecuencias de nuestros actos y decisiones.
Si ahora fuera entonces pediría muy fuerte el deseo de que la infancia fuera una transición suave y lenta de aprender valores que tejieran nuestra vida de adulto sin encorsetarla ni dispersarse, con el sentido común que antes había, que se pudiera jugar con menos juguetes y más fantasía, que los libros fueran un deseo y no una obligación y además se usaran como la puerta que enseña y divierte porque los niños son niños pero no tontos, y pediría que el respeto a los demás no fuera ni inexistente ni por imposición ni temor.
Pediría sin duda que ningún niño sufriera, nunca, y que siempre tengan esa capacidad de asombro por todo, con la luz clara que desprenden sus ojos entusiasmados y que la sonrisa sea siempre la mejor respuesta .
Pondré esta noche mucho interés asomada a mi ventana por si conversando con la luna nos interrumpe una estrella fugaz.
Sueños imposibles llamaría yo a este relato.
ResponderEliminarMuy bonito pero ya nada de eso existe, ya no hay niños de trece o catorce años, no hay inocencia no se leen tebeos ni se juega al parchís. Ahora fuman y beben alcohol y cosas peores.
Todo se esfumó...