Había una vez una niña.
No era una princesa y no se sentía como una reina, pero tenía algo que no tenían otras niñas. Lo sabía. Ella era consciente de su suerte, pero no presumía delante de otros, ni siquiera en el recreo, donde todo el mundo se empeña en contar que todo los suyo es lo más. Y eso que Mateo era muy pesado, siempre su casa era mejor, sus juguetes, su merienda...¡desesperaba a todos! Él decía que le tenían envidia, todos, los de nuestra clase y hasta los otros niños de la clase de enfrente, pero no era verdad, lo que pasa es que era un repelente. Lo era, aunque la señorita les regañaba si protestaban por sus tonterías. Paciencia y cariño, decía. ¡Si seguro que de eso también tenía más y mejor él!
Incluso cuando Mateo la desesperaba, se callaba. Sabía que les ganaría, sobre todo a algunos, incluido "don todo lo mío es lo mejor", pero no era necesario. Se guardaba el secreto y así era mucho más importante.
También sabía que había niños que lloraban por no tener lo que ella tenía y que hasta en los países más lejanos podían tenerle envidia. Ella no quería generar sentimientos tan feos. Quisiera que todos tuvieran lo mismo que ella, sería lo justo. Ella no era egoísta, es que su tesoro era difícil de compartir. Aunque ella quisiera, no podría.
Muchas veces, cuando caminaba de vuelta del colegio, saltando y corriendo sin parar, se paraba en seco y se planteaba contar lo que le sucedía, pero al final callaba, bueno, se callaba esto porque no dejaba de hablar: lo que le habían explicado en clase, lo que le dijeron las otras niñas de su ropa, lo que había comido en el comedor...Hablaba y reía, hacía planes y se entusiasmaba con cualquier novedad que tuviera para pasar la tarde. Pero siempre le quedaba esa pequeña duda de si tenía que contar sus preocupaciones.
Un día, jugando y bailando con un atardecer en los pies, pensó si era malo ganar en algo. Se lo preguntó primero con la voz de dentro porque ella no quería ser una niña como Mateo. Lo malo es que no encontraba la solución si le decían que estaba feo, pero le aterraba esa idea, bueno, le aterraban las dos, no sabía que era peor. Le hizo la pregunta a sus abuelos que eran sin duda las personas que más sabían, mucho más que la seño y más que el director del colegio. No se lo contó todo, no podía...pero le dijeron que no estaba mal ganar, lo que estaba mal era presumir.
Entonces se tranquilizó, lo estaba haciendo bien. No presumiría, pero sabía que ganaba: Tenía al mejor papá.
Querida Rocío,
ResponderEliminarSimplemente Bonito.
Un beso (con destinatario)
F.
PD: ¿Un café?
Preciosos cuento. Bien redactado. Sigue así.
ResponderEliminaryo, como siempre, llorando
ResponderEliminar¡ que bonito !