Seis años tenía y ya podía andar sola por el pueblo. Bueno, eso no era verdad, ya podía ir sola por la acera que iba de su casa a casa de los abuelos, que estaba en lo que los mayores decían "a la espalda". Nunca entendió bien cuál era la espalda y cuál la cara porque cambiaba según en que casa estuviera, pero tampoco era importante. Ella sabía ir y volver y en medio del camino estaba el Kiosco. A veces se hacía la mayor andando despacio pero normalmente iba corriendo hasta llegar sin resuello a la puerta de destino.
Ella sabía diferenciar entre "kiosco" y "carrillo", lo que no sabía es que esa diferenciación era propia sólo de la zona donde vivía. El carrillo es un sitio donde venden chucherías, patatas fritas, helados en verano y latas de bebida. El kiosko es una casita donde los hombres beben y comen altramuces y aceitunas. Charlan entre ellos a veces con voces muy fuertes pero le dijo mamá que la mayoría están un poco sordos, a veces entran dentro de la casita y juegan a las cartas o el dominó, pero la mayoría de las veces están fuera, por eso cuando ella pasa le saludan siempre.
Ellos no saben que se llama Claudia, para ellos es la nieta de Juan igual que cuando va con su abuela al mercado o a Misa de doce es la nieta de Dolores. Un día oyó una conversación en la que su abuela le decía a su madre que "la niña tenía un nombre muy enrevesado" y que las personas mayores lo olvidaban con facilidad. "Menos mal que me acuerdo de las ciruelas, siempre se lo digo a los demás, Claudia como las ciruelas". Se quedó muy pensativa, en el cole había seis Claudias más, no le parecía raro, igual tenían que haberle puesto Ciruela para la que la abuela lo recordara mejor. Tampoco sabía lo que era eso pero sonaba parecido y seguro que no sería algo malo si la abuela lo decía, no era como esas picardías que decía Jaime, su primo mayor. Ella sabía que estaban mal porque la abuela le regañaba mucho, pero el abuelo sonreía, así que supuso que graves del todo no eran. Por si acaso ella no las repetía.
Hoy se quedaba a comer en casa de la abuela porque tenía "arroz amarillo" y le encantaba el que le hacía porque no le ponía guisantes. Así que fue corriendo de a la puerta porque mamá ya le había dicho "Claudia que la abuela ya ha echado el arroz, corre" Mientras salía por la puerta como una bala pensando en que se iba a poner el plato bonito y el vaso más grande cuando pusiera la mensa escuchaba a su madre al fondo "... y ponte el abrigo".
Al pasar por el kiosco le saludaron algunos abuelos y ella siguió corriendo. En la puerta le esperaba la abuela que siempre se asomaba a verla llegar, con su delantal y sus zapatillas de casa con tacón, marrones y como con pelito, muy elegantes. ¡Qué guapa era su abuela! ¡Qué bien olía siempre! ¡Qué besos más apretados daba!
"Claudia cariño ve a llamar al abuelo, está en el kiosco"
Ella no quería ir a buscar al abuelo, le daba mucha vergüenza. Era un bar de hombres, jamás había entrado dentro de la casita, se quedaba en la puerta de hierro verde, asomada y roja como un tomate. Pero si la abuela lo pedía...¿quién le iba a decir que no?
"Voy Abu"
Y muy despacio, controlando la respiración se acercó a la esquina y se paró en la puerta y esperó que el abuelo la viera pero no hubo suerte, estaba -como siempre- de espaldas a la puerta.
"Juan, una chavalita viene a buscarte, mira que belleza"
Y ella colorada como un tomate, sin decir una palabra, veía como su abuelo se levantaba y se ponía la gorra "con Dió" "Hasta la tarde Juan"
Y entonces salía, empezaba a bromear con ella y con lo que iban a comer mientras le daba la mano y ya todo pasaba, se sentía segura, la mano de su abuelo era tan fuerte y firme como un castillo de princesa.
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