jueves, 23 de enero de 2014

ADOLESCENCIA SÚBITA

No me apetece ser exacta y dar un dato fijo así que más o menos, a bulto, los usuarios de internet vienen a ser muchísimos. Incluso más que eso. No todo el mundo que utiliza la red tiene cuenta en Twitter pero pongamos que son mogollón como cifra estándar y de esa cantidad, no sé, ¿la cuarta parte en español? En realidad, no importa.
Tengo cuenta en Twitter y sigo a bastantes personas. Empiezas a seguir por afinidad, por un tuit inteligente, una contestación ingeniosa, un blog referente e incluso por error. Acabas teniendo un Time Line, TL, con el que te sientes cómoda, algo parecido a los clientes fijos de un bar. El mío, por ejemplo, es abierto y plural, se puede discutir, polemizar, reír y hasta animan en un mal día. Prácticamente no conozco físicamente a nadie y sin embargo sé cosas de ellos,y saben cosas mías, que quizás mirándonos a los ojos hubiéramos tardado mucho más en confesar. La maravillosa virtualidad y sus bondades, que no todo es negativo.
También es emocionante cuando conoces a alguien con quien has estado hablando mucho tiempo. Poner cara y pulso a quien ha sido tertuliano, pañuelo de lágrimas o inductor de la risa es algo que produce nervios y mucha alegría. Además es una sensación extraña, conoces perfectamente a alguien pero sin embargo no sabes cómo es. Por mucha foto que hayas visto el momento de "¿será ella?" es estupendo.
En estos últimos días me ha ocurrido algo extraño, alguien a quien leo desde hace tiempo podría haberme conocido ya. Es decir, lo contrario a lo usual. Después de bastante tiempo hemos descubierto que compartimos ciudad durante unos años determinados (hablo de una ciudad pequeña, claro, porque si fuera una gran capital no tendría gracia), íbamos a centros de estudio similares y muy cercanos, y hasta compartimos lugares de ocio. Pequeños lugares de ocio. Vamos, que íbamos al mismo pub. Tendríais que ver el local, pequeño, oscuro y de clientela casi fija. Nos habremos cruzado varias veces y sin embargo no nos conocemos.
Todo esto que podría quedar en una anécdota, en algo divertido. Si soy objetiva, en el fondo es gracioso. Pues a mi me dio un ataque de pánico, ahora si me lee se estará riendo. Empecé a sentir el mismo sudor frío que sentía a los quince años, el mismo miedo que disimulaba dando pasos al frente, la misma falta de autoestima que transformaba en falso valor, volví a ser la niña gordita y simpática. Me vi a mí misma en ese bar, con mis amigas, al fondo siempre, pasándolo bien pero queriendo ser invisible y a la vez disimulando que quería que me tragase la tierra porque para eso yo era...muy simpática. Yo era la que abría la puerta de los locales y la última que salía, yo era el escudo de la timidez ajena, cuando en realidad me estaba muriendo por dentro...
Volver a la adolescencia a traición no tiene ninguna gracia, todas las inseguridades y los miedos llegaron de nuevo, de golpe, y mientras daba datos para ver si nos ubicábamos y reconocíamos al menos el grupo de amigos, la clase del colegio, los posibles conocidos comunes... yo rezaba para que no supiera quien era. Creo que conseguí rizar el rizo teniendo vergüenza retroactiva.
Y aunque sea poco sensato y nada adulto, aunque esté hablando -ni más ni menos- de hace más de veinte años...reconozco que me alegré mucho de que no nos conociéramos. Guardé otra vez a la niña gordita y volví a ser yo misma... hasta el próximo sobresalto...

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