jueves, 29 de marzo de 2012

MONOTONIA

Un frenazo, un chirrido, el dibujo de las ruedas en el asfalto, parte del desgaste de las ruedas del coche dibujando el paso de peatones por el que se frenó tarde, un conductor asustado, un viandante taquicárdico y para ella...un despertar incómodo, ¿qué hora sería?, miró la muñeca derecha delgada y elegante al trasluz de la ventana y se dió cuenta que desde hacía tiempo no tenía reloj.
Mentalmente apuntó llevarlo a arreglar para ponérselo.
Giró sobre sí misma, rotando por la cama hacia el otro extremo, el despertador comenzó a sonar, y suspiró, le habían robado sus últimos cinco minutos, ¡maldita sea!, no era la mejor manera de empezar el día...tampoco dejaría le condicionara toda la jornada.
El ritual de la mañana comenzaba con buscar unas gafas que jamás vieron la luz de la calle y un paso por el baño, encender la radio de la cocina y preparar un café que a esas horas siempre tardaba demasiado en salir, mientras se bebía un gran vaso de agua y preparaba unos cereales bajos en grasa, bajos en azúcares, bajos en hidratos, bajos en sales, en fin...bajos en todo...por supuesto con leche desnatada, o un brebaje que alguien podría confundir con agua sucia.
Mientras masticaba pensaba en que tenia que comer más frutas, menos hidratos, que le sobraban kilos y cosas por hacer.
Después de del desayuno se dio cuenta de que nuevamente, y no sabía ni como, se le había hecho tarde, y trasladándose radio en mano, se dió una ducha mientras pensaba que se iba a poner y como narices iba a peinarse. Sus pelos era un gran batalla perdida.
Cuando por fin giró las llaves de la puerta de su casa, mientras llamaba el ascensor y volvía a asegurarse de que estaba bien cerrada se dió cuenta que no llevaba el móvil, justo cuando iba a usarlo para ver que hora era.
Llamó al ascensor compulsivamente mientras se convencía de que sólo era un teléfono y que nada urgente pasa en seis minutos, ¡joder...!!!! Justo en el momento que más prisa tenía, el ascensor tardaba en llegar, echó a correr escaleras arriba con un cierto ruido algo desagradable para vecinos que no necesitaban madrugar pero, como cualquiera puede comprender, un móvil abandonado es cuestión de vida o muerte.

martes, 27 de marzo de 2012

EN ESTE LADO DEL ESPEJO

La imagen que le devuelve el espejo no es la que espera ver, se espera encontrar con unos años menos, con la energía intacta de ayer, con el brillo de ojos que tenía desde que descubrió que la vida se bebía mejor a tragos grandes, y que el miedo era la excusa de los cobardes.
Se esperaba encontrar con la piel tersa, sin arrugas de expresión, sin flacidez en el rostro, con esa frescura en la piel que sólo necesitaba a penas brillo en los labios para ir "maquillada". Ese rostro radiante cuando se pisa firme sobre el asfalto y la piel.
Cerró los ojos fuerte como si viviera un mal sueño, hasta que empezó a ver chispitas de colores, luces en el fondo negro que le hicieran caer en el abismo del mareo y los abrió despacio, muy despacio, susurrando para sí palabras de aliento, esperando encontrar la mujer que aprendía a serlo.
Volvió a mirar, y el reflejo del cristal ahumado le devolvió su rostro real, el de ahora, el de una mujer que había luchado, que había sufrido, que había amado, que había llorado...su rostro, sus matices podían leerse como un mapa en relieve, cada arruga, las ojeras, la palidez, la falta de de brillo en sus ojos se debía a algún momento duro, triste, doloroso...algunos tan cercanos que no le hubiera extrañado notar la humedad de la última lágrima.
Se pasó la mano por la frente, y el frío de sus dedos le hizo notar que le ardía, aquellas malditas jaquecas...esas tampoco estaban antes...
Antes su cabeza sólo estaba llena de sueños, proyectos, esperanzas y anhelos....ahora vivía las preocupaciones reales, las mundanas, las que hace que los sueños sigan su camino elevándose por el cielo como los globos de gas que se le escapan a los niños y logran sortear la trampa de los árboles.
Queda poco hueco para las ensoñaciones cuando el día a día pide destreza para lidiar con la realidad.
Aún asi, no se pierde la esperzanza, se dice, todo puede cambiar, las cosas deben de ir a mejor, me lo merezco, se autoconvence, y un esbozo de sonrisa, a un lado y otro del espejo, le hace presuponer que ya pasó lo peor y si bien, su rostro no va a volver a tener la angelicalidad que tuvo, quizás vuelva el brillo a sus ojos, la paz a su alma e incluso pueda permitirse la frivolidad...de tener algún sueño.

domingo, 25 de marzo de 2012

UN MAL DÍA

Un estruendo de cacerolas retumbó por el patio de luces del edificio, el sonoro desperfecto llegó a parecerse más a un solo de batería que a un desastre doméstico.
Si hubiera sido otro día hubiera sonreído pero tal y como estaba encauzada la mañana, su gesto fue una pura interjección malsonante sin necesidad de sonido.
Nada más despertarse se dió cuenta de que el despertador no había sonado ...fundamentalmente porque no lo puso por la noche, y ya iba una hora tarde, en medio del aturdimiento puso los pies directamente en el suelo, un suelo helado que le hizo abrir los ojos de par en par, encoger las piernas a la altura de los hombros, sentir un escalofrío y buscar las zapatillas urgentemente para librarse de la congelación, incluso miró sus dedos por si había que amputar.
Al lavarse la cara lo hizo con el agua fría más bien por costumbre que por ganas y al alargar la mano para buscar la toalla se encontó con un vacío que le hizo ir goteando y en una postura algo simiesca a la búsqueda de una toalla, albornoz, pijama, bata o lo que fuera o fuese, seca.
Luego vinieron el café frío, la leche por fuera del cazo, las tostadas como Antonio Machín cantando "Angelitos Negros" y el corte de gas en mitad de la ducha.
Ahora iba a la cocina y sabía que se le quemarían las lentejas, ponía los ingredientes con una resignación de mártir algo cómica... si alguien la estuviera observando. Miró el cuchillo con cierta desesperanza y lanzó una mirada suplicante al botiquin. Ojalá haya agua oxigenada.
Sonó el timbre y se volvió con una mezcla de esperanza y de salvación, como si sonara en el cuadrilátero y ella fuera la boxeadora noqueada, se le cruzó la fugaz idea, el temible pensamiento de que esa llamada le estropearía aún más el día, pero sin embargo fue hacia la puerta limpiándose las manos en el delantal, arreglándose el pelo ante un espejo imaginario y dando unas voces indignas de su edad, sexo y condición....
Al abrir la puerta no vió al cartero, ni al conserje de la finca, tampoco a la señora que limpiaba las escaleras, ni siquiera eran unos Testigos de Jehová, o el jovencito agresivo a la venta de un seguro. Vio a un oficial de policía, uniformado y sonriente.
Entonces se percató rápidamente de su necesidad de peluquería, sus zapatillas de estar por casa, su delantal arrugado y con manchas, sus manos mojadas y su viejo jersey de estar por casa.
El policía seguía sonriendo, metió la mano en su bolsillo y le entregó abierta una cajita pequeña, forrada en terciopelo negro por fuera y en raso rojo por dentro....dentro un anillo, precioso y brillante...
A ella sólo le ocurrió pensar en cómo puede cambiar el curso de un día.

sábado, 24 de marzo de 2012

DOS MARGARITAS. (cóctel)

Llevarse el dedo rápido a la boca, un acto reflejo. No había controlado bien con el cuchillo y la lima, no estaría nada bien servir copas con el añadido del ADN propio.
Corrió al grifo y me echó agua fría a raudales, y con el dedo goteando agua me afanó en encontrar una venda en el botiquin que trajo la mutua, un médico, o quien fuera, quizás llevaba alli toda la vida, sin revisar, como el extintor que había temerariamente al fondo del local.
Vuelvo a la barra lamentándome de mi torpeza y pensando en el escalofrío que iba a sentir cada vez que el jugo del limón o la lima consiguieran hacerse paso hasta la rajita dichosa que pese a ser mínima parecía digna de veinte puntos de sutura en función del aparatoso vendaje.
Consigo terminar sin mucha gloria los dos Margaritas que me habían pedido los de la mesa del fondo, siempre son dos los de la mesa del fondo, siempre buscan la falta de luz...de dos en dos, se entrelazan las manos, se buscan las miradas, se beben los alientos....
En este caso, era de una falta de originalidad tremenda la pareja, un chico guapo, humilde, de clase media, trabajador, oliendo a colonia y ella una chica normal, arreglada con esmero, perfecta manicura, y usando todas las armas de mujer que ponen las revistas de la peluquería donde trabaja.
No hay mucha clientela y puedo observarlos desde lejos, él se levanta y pone algo de música y se echa la mano al bolsillo, ella se pone derecha, tensa, la espalda recta y el cuello rígido...
Sonrío
Le entrega la cajita a ella, que con manos temblorosas descubre lo que seguramente es un anillo, no logro verlo desde donde estoy, y ella empieza a llorar, temblando, y niega con la cabeza, no le salen las palabras, su garganta está muda y el rostro de él se contrae con dolor.
Pasa el tiempo y ella sigue llorando en silencio, él apenas balbucea algunas palabras de consuelo, supongo que buscando el consuelo de ambos.
No puedo adivinar las razones, no el porqué de esa amarga negativa, pero ambos se levantan, él deja la cuenta pagada y salen juntos, ella con un pequeño pañuelo en la mano, arrugado y lleno de lágrimas, él mirando al suelo, con el rostro de la desolación.
Yo me quedo con una terrible sensación de tristeza, y con un despiste que me hace meter mi herida en la sal.


viernes, 23 de marzo de 2012

SOLEDADES

Llevo varios días oyendo hablar de soledades, de las acompañadas y de las individuales, de quien se siente solo rodeado de gente y quien busca la soledad, de intrépidos forajidos del distanciamiento social y de afanosos conversadores solos por necesidad.
Es antropológicamente indiscutible que el ser humano es un ser social, necesita de otras personas para crecer, para sobrevivir, para avanzar en sociedad, para procrear y para al fin tener alguien que dé el último empujoncito en el crematorio o la ultima palada de arena en la tumba.
Hay ermitaños en las ciudades, gente que sabe aislarse del mundo y que son felices en el parapeto que crean, a duras penas saludan cuando van al super por el sustento necesario y acuden más al veterinario que al médico pues confían que alguien acostumbrado a la ínfima comunicación que tienen los animales pueda diagnosticarle sin necesidad de contar sus penalidades. Ahí acaba su interacción con los seres de su misma especie.
Hay personas en pequeños pueblos o aldeas que se han acostumbrado a vivir con el bullicio del silencio y la compañía perenne de pocos habitantes más donde la noticia sería el aumento de natalidad, y la cotidianeidad solo se ve levemente modificada si alguno muere porque hay que acudir a una misa de difuntos.
Pero hay otra soledad que es la impuesta, la que aunque no se quiera disfrutar se tiene, y de la que te das cuenta muchas veces cuando las personas, sobretodo mayores, te cuentan intimidades, vivencias, recuerdos, anécdotas y hasta enfermedades simplemente porque has cruzado distraida la mirada con ellas o has coincidido en la cola del pan. Notas su necesidad de querer participar de este mundo donde la vorágine nos hace volvernos más autómatas, no quieren quedarse fuera del futuro, y aunque sea a codazos se adentran sin invitación en conversaciones, huyendo del silencio de las salas de espera o en la parada de autobús. Son incansables en su necesidad de sentirse acompañados.
Lo más doloroso son cuando mueren solos, nadie los echa de menos, y la última vez que consiguieron que le prestaran atención fue cuando el hedor hizo de altavoz de su realidad.


jueves, 22 de marzo de 2012

A PIE DE CALLE, A RAS DE SUELO

A fin de cuentas Cenicienta vivió una vida prestada y le salió bien. Durante unas horas la humilde y desgraciada chica de buena familia pudo vivir lo que quizás le correspondía por derecho, pero no por condición. Fue feliz, materializó un sueño... y le salió bien, el amor literario y verdadero pudo con las visicitudes mundanas y con el estrato social. Triunfó el amor...y la clase obrera.
Lo malo de subirse a una nube es que la altura dá otra perspectiva, y desde arriba la imagen cambia como en las láminas que nunca logré entender de dibujo técnico. Cuando cambia la vista del plano, y la nube se vuelve niebla a pie de calle descubres que los coches son mas grandes, las luces de las farolas están por encima de la cabeza y que la suciedad se acomoda en arcenes y aceras.
El baño de realidad desconcierta, pese a que ese ha sido tu traje durante toda la vida, al volverlo a usar notas como se adapta a tu cuerpo y las arrugas de uso concuerdan con tus articulaciones pero te cuesta adaptarte como al volver a usar unos zapatos con el cambio de temporada.
Yo no puedo decir si es bueno o malo, pero es cierto que cuando algo o alguien te devuelve a tu lugar entre el barro cotidiano, se siente un vértigo a la inversa, una caída de montaña rusa que además te pilló con los brazos en alto que mezcla en la coctelera dos partes de vergüenza, una de desilusión y se completa con alguna que otra lágrima de esas que ruedan hasta la barbilla. Se agita y se sirve en copa de balón con hielo picado.
No es ni justo ni injusto, es encajar otra vez las piezas del puzzle cósmico que se reubican en la galaxia al igual que lo hacen tras el paso de un cometa de cola refulgente o tras un eclipse lunar. Las cosas vuelven a su sitio, donde siempre estuvieron, quizás merecían un sitio mejor, una oportunidad, voz en el coro de los elegidos pero...con los pies en el suelo solo queda sonreír por la osadía y disfrutar del recuerdo ingrávido de la nube mientras el día a día sigue siendo una gran manera de continuar porque también es cierto que Cenicienta jugaba con ventaja.





miércoles, 21 de marzo de 2012

PISANDO FUERTE

Cruzó con paso firme la calle de punta a punta, se sabía observada, y si en su interior había algún tipo de temblor, no se notó en su caminar.
Podía sentir los ojos clavados en ella y como se movían imperceptiblemente los visillos de las cortinas de las ventanas donde se agazapaban las miradas condenatorias. Gente de boca muy grande y sonrisa muy falsa.
Había quien con absoluto descaro se apoyaba en el alféizar y le seguía con la mirada conforme avanzaba calle alante.
Por un momento pensó que si avanzara más despacio finalmente oiría como se desplomaban la mitad de los mirones y la otra mitad resoplaba en un nivel de decibelios más alto de lo normal. Se sentían en el ambiente las respiraciones contenidas.
Las escoban paraban su runrun y cualquier tarea quedaba suspendida en el aire como el humo de los cigarrillos que se consumían sin ser saboreados.
Quizás hubiera sido más sensato huir, se recriminó, no sabía cuanto tiempo iba a poder aguantar el ser el centro de antención de lenguas viperinas y miradas maliciosas, pero tampoco tenía conciencia de haber hecho nada malo, y no es que su voz interior fuera muy rígida, pero por más que buscaba el porqué de la situación no conseguía entender cómo había llegado a toda esa vorágine de dimes y diretes.
¿A quién quería engañar?, se preguntó, ese paseo por entre los muros que blindaban el pavimiento sólo la hacía crecerse, pues siempre fue una mujer que se rebeló contra la injusticia y se superaba en la adversidad. Seguramente cada uno de los que estaban allí escondidos, serían incapaces de seguir adelante tanto como lo estaba haciendo ella.
Nada más pasar, torcer la esquina, sabía que comenzaría el incesante cacareo en el que le culparían hasta de lo que no había llegado a plantearse hacer.
Pero mientras tanto, segura, firme, con un andar glamuroso y educado, seguía su camino sabiéndose diana de odios, bajos instintos y envidias. Estaba sola, si, pero con la seguridad que da la razón y el valor que da no tener remordimientos.

martes, 20 de marzo de 2012

TORRIJAS

- ¿Me da una bolsa de pan?, una voz muy suave, de una niña pequeña que apenas llegaba al mostrador de acero inoxidable de la rancia panadería, preguntó cantarina. Panadería de alicatado blanco, con diferentes carteles de Hermandades, Triduos, y festivales de Bandas, colgados con grandes precintos, una panadería con solera, la del pueblo, la de siempre.

- ¿Una bolsa de pan bonita? , le respondió un panadero afable, Don Tomás, ¿tú no eres la nieta de doña Carmen?

- Sí señor, me manda mi abuela, me ha dicho que usted hoy ya tenía el pan para las torrijas

- Claro que si princesa, pero dile a la abuela que el pan es de hoy, que todavía no está asentado, todavía está demasiado blandito. ¿lo entiendes?

- El pan está todavía blandito, respondió obediente, es para el fin de semana, explicó, mi abuela dice que este año ya puedo ayudarle.

- ¿Este año ya haces tú las torrijas? ¿Pero…vas a freírlas tú?

- Noooooooooooooooo, contestó riéndose, pero puedo meterlas en la leche, y luego echarles el azúcar o la miel. A mí de miel no me gustan, explica graciosa.

Sale de la tienda la pequeña niña, entre los carros de compra de las distintas vecinas que se acercan despacio, al ritual diario del pan.

Al doblar la esquina empieza a correr, contenta, orgullosa, en una mano la bolsa con el pan y en la otra mano, muy apretado el dinero de la vuelta que le tiene que dar a su abuela, casi se va clavando alguna de las monedas pero lo aferra con fuerza y no deja de correr. Cuando llega a la puerta de casa de su abuela el corazón le late rápido, el sudor perla su frente y sonríe.

- ¡Abuela, abuela! Que ya estoy aquí, que ya tengo el pan, que dice don Tomás que todavía está blandito, he sido la primera abuela, estaban llegando todas las demás, pero yo he sido la primera en traer el pan.

La abuela sonríe, y abraza a su nieta que trae la mano estirada, sin abrir del todo, con el dinero de vuelta.

- Mi niña, van a ser las mejores torrijas del pueblo, ya verás como si, tendremos que llevarle torrijas a las vecinas, y al señor Cura

- ¿Y a don Tomás? Es que me ha dicho que soy muy pequeña y yo quiero que vea que soy capaz abuela.

- Bueno, a este paso o llevamos muy poquitas o no las probamos nosotras.

- Abuela, ¿podemos dejarlo todo preparado en la esquina de la cocina? ¿Puedo juntar el pan, con el azúcar, la canela…? Mientras enumeraba los ingredientes iba ocupando parte de la encimera de la limpia cocina de su abuela.

- Claro que si reina, además coge el lebrillo grande, el amarillo…ese…

A duras penas la niña tenía fuerza para moverlo por la cocina y tuvo que ponerse de puntillas para poder dejarlo al lado del pan.

- Ponlo también allí… y el perol pequeñito, y la espumadera grande… ya lo tenemos todo listo. El sábado acuérdate de venir temprano, verás como las hacemos rápido y si te portas bien te dejo que te comas una calentita, que son como más me gustan a mí.

- ¿También se comen calientes?

- No deberíamos….pero templaditas puede que si…luego, por la tarde iremos a Misa, ya sabes que ya está aquí la Semana Santa cariño, y le llevaremos unas poquitas al señor Cura.

- ¿Qué hacemos ahora abuela?

- Vamos a plancharte las ropas, ¿te ha comprado mami ya el capirote? Tienes que saber que este traje de nazarena que vas a llevar lo llevó también tu madre, que aún algunas gotas de cera no se fueron y que ella lo llevaba muy orgullosa. La medalla que quiero que lleves es la mía tesoro.

- Sí abuela, iré todo el recorrido calladita, como me has dicho, rezando y orgullosa de llevar lo que fue de mi mamá. Pero ella sale de mantilla… ¿alguien estará conmigo?

- Cariño, no hace falta, vas con la Hermandad, los conoces a casi todos, muchos de tus amigos irán en la fila contigo. Ya eres mayor. Ahora corre a tu casa que tu madre estará preocupada.

La niña le dio un achuchón a su abuela a duras penas le llegaba al lazo del delantal y salió otra vez corriendo, saltando los escalones de la entrada de la casa.

Llegó a su casa sin parar de contar los días que quedaban para el sábado, tampoco era tanto tiempo, pero cuando se es tan pequeña el tiempo es eterno, largo, frondoso. No son dos días, son dos eternidades.

- Mamá, la abuela ha puesto ya encima de la cama chica mi ropa, bueno, la tuya, de nazarena, ya tengo al laíto la medalla de la abuela y he puesto en una esquinita de la encimera de la cocina todo lo que me hace falta para las torrijas.

Su madre sonreía, se estaba viendo a sí misma, el primer día que se preparó para salir.

- No sé como tu abuela tiene ganas de todos estos trotes que tú le das. Anda, déjame pasar que llevo la mantilla para que se oree.

La niña miró con ojos brillantes esa mantilla negra, larga, que su madre llevaba con mimo.

- ¿Y cuándo me puedo vestir yo mami?

- ¿De mantilla?

- Es que me gusta, es muy bonita y tú te pones muy guapa.

- Cariño, las tradiciones dicen que hasta que no seas mayor, por lo menos dieciocho años no deberías de vestirte. Salir de nazarena es muy importante, y tienes que comportarte.

- Que siiiiiii…

Los días pasaron, sólo eran dos, no había nadie en el pueblo que no supiera que ella iba a hacer torrijas.

Amaneció el sábado, un día soleado, algo frío, la niña se levantó de un salto, y pegó un grito

- Mamá ¿ya es sábado? …¿mamá?

La niña se puso las zapatillas casi por el pasillo, le extrañó que su madre no le contestara, no era tan temprano, había salido ya el sol, y su madre nunca se quedaba dormida hasta tan tarde. Fue corriendo hasta la cocina. En la cocina estaba su padre, serio, delante de un café.

- Papi… ¿dónde está mamá?

Su padre le miró, era un hombre de pocas palabras pero muy cariñoso, abrió los brazos invitándole al abrazo.

La niña lentamente, asustada, con cara de extrañeza se acercó a su padre.

-¿Qué pasa papi?

- Tú eres una niña mayor

- Claro papi, voy a hacer torrijas

Su padre suspiró, tomó aire.

- Cariño, mamá está con la abuela.

- ¿Se han ido sin mi?

- Cariño, la abuela se ha puesto malita…

La niña se quedó muda, blanca, con la boca abierta

- No pasa nada papá, las hacemos otro día…

- Cariño la abuela se ha ido con el Niño Jesús.

- No papá, no, no sé hacer torrijas…papá, quiero ir con mamá, papá…la abuela no se ha ido…

La niña comenzó a llorar, con mucha pena, sin hacer apenas ruido, destrozando aún más a su padre.

Llegó la Semana Santa y la niña no aprendió a hacer torrijas, y ese año, Nuestra Señora llevó un lazo negro en el varal de las bambalinas. Pero la niña salió son su Cofradía, agarrada a la medalla de su abuela.



















lunes, 19 de marzo de 2012

CAIRELES AZABACHES

Tumbado en la cama de un hotel que a duras penas recuerdo dónde es.

Las persianas bajas, las cortinas echadas, la comida ya lejos pese a ser temprano, y los ojos entrecerrados. No se escucha prácticamente nada, hace unos minutos se oyeron pasos, tacones de una mujer avanzando por el pasillo, una puerta que se abre, una risa ahogada, una sonrisa que me sale espontánea pensando qué tipo de postre se estarán tomando algunos. Envidia sana.

Va llegando la hora, dentro de poco sonarán los tres golpes en la puerta, siempre los tres golpes, ni dos ni cuatro, si fueran un número diferente sabría que no es la persona que espero y ni me molestaría en levantarme, no iría a ver quién es. No es por presunción ni por mala educación, es que ahora no es el momento.

Qué importante la monotonía, el ritual, siempre igual, siempre lo mismo, dando igual el lugar, pero paso a paso se va repitiendo, tarde a tarde…

Empiezo a recorrer mentalmente mi cuerpo, noto los tobillos fuertes, los gemelos tensos, casi listos, la espalda no duele y los brazos están ahora relajados, luego dejarán de estarlo. La mente limpia, abierta, preparada, concentrada.

Comienza a funcionar el aire acondicionado, está puesto a la temperatura justa y ahora, que me estaba quedando más frío, el rumor del motor me avisa que volveré a estar a la temperatura ideal.

El pensamiento vuela a ti, pero lo dejo de lado, tengo que estar concentrado, no puedo distraerme, no puedo dejarme llevar por las pasiones o el corazón en este instante, luego sí, luego habrá lo que tenga que haber. Después de la cena, cenaremos juntos.

Miro el reloj que tengo a la derecha, sus números fluorescentes me avisan, ya no falta nada, ahora sí, ahí están, los tres golpes.

Una mirada de hombre a hombre, a los ojos…”Maestro…”

Vamos allá, estamos frente a frente y comienza la doctrina, el rito, comienzo a vestirme. La coleta, las medias, la taleguilla… Hoy toca azul y negro azabache, el traje que más me gusta. La chaquetilla aun colgada de la silla.

Una mirada a mi Capilla, luego tendré unos minutos para rezar, para pedir una buena tarde, una buena faena y volver bien, todos bien. Pero ya está montada, en la mesa que veo de frente, con todas y cada una de las estampas, medallas y fotos que tienen que estar, no me puede faltar ninguna ni puedo faltarle yo a Ninguna.

Ya va entrando más gente, ya va llegando la cuadrilla, todos vestidos y preparados, capotes en mano para salir por la puerta del hotel. Los estoques están listos.

Dejarme solo”

Me reúno con mi capilla, un recuerdo también a mi madre, que desde ahí arriba me tiene que estar mirando. Toco cada una de las imágenes y en mi tacto un ruega por nosotros.

Ya salgo, el ascensor y su luz refleja el brillo de mis caireles, me miro al espejo, el corbatín, negro está bien, el prendedor de la Virgen del Rocío, siempre Ella, cada vez tiene menos brillo. Me lo regaló mi madre, al principio, cuando tan poca fe tenían en mí la mayoría. Casi que no tenía convicción en mí yo mismo, sólo ganas, muchas…todas las ganas de un crío que quiere ser torero, que pasa las tardes moviendo el capote en un remedo de toreo de salón.

Hay gente en la puerta, suele haberla, da igual la ciudad donde esté, hay algunos hombres que luego se acercarán si la tarde ha sido buena también hay algunas mujeres muy guapas todas, la mayoría van ahora para la plaza, paso, las miro, sonrío y entro en la furgoneta, esa especie de segunda casa donde tantos viajes doy.

Ya vamos camino de la plaza, justo después de oír como se cierra la puerta corredera, no hay mucha distancia, ya estamos llegando, paramos justamente al lado de la puerta de entrada. Es una plaza de primera, bonita, inmensa desde abajo, donde caben muchos aficionados, todos pendientes de los tres espadas que vamos a torear hoy. Da vértigo, más impone el respetable que el toro.

Ya estamos aquí…vamos todos para dentro y en el callejón empiezan a colocarme el capote de paseo. Los alguaciles llegan y en breve se abrirá la puerta. La montera calada, no es la primera vez que piso esta plaza y que Dios reparta suerte.


sábado, 17 de marzo de 2012

ROOF

Roof se paseó elegante por el alféizar de la balconada neoclásica, sus andares elásticos, el viento meciendo su pelaje como si le soplaran levemente a un diente de león para que se desprendiera y comenzara su viaje por entre las nubes. Roof estaba de caza.

No era fácil tener glamour y a la vez ser un gato independiente de ciudad, era tentador quedarse a vivir en alguna casa con calor de hogar y comida segura, pero ninguna le parecía adecuada para un gato como él. Cuando había niños sabía de sus torturas por experiencia propia y solo pensarlo le erizaba el lomo. Cuando eran señoras solas se imaginaba perfumado, con un lazo con cascabel y manoseado, sentía el fuerte olor del perfume en su hocico y le hacía estornudar. Con un hombre solo...mejor no, los que vivían por la zona a veces estaban en peores condiciones que él.

Andaba a la búsqueda y captura de algún despistado saltamontes que pese a no ser su plato favorito tenían la divertida cualidad de crujir mientras se masticaban. Y esa opción es la que quedaba porque los cubos de basura estaban vacíos.

Algo estaba sucediendo en la cuidad, ya no llegaban las bolsas como antes, ahora la mondadura de la patata era cada vez más fina. Roof había tenido más de un altercado con algún bípedo a la hora de disputarse las sobras de algún garito de mala muerte de olor a fritanga.
Llevaba mucho tiempo ya por este barrio, algunos de los más observadores ya lo conocían, no eran muchos los humanos espábilados y eran bastantes los gatos callejeros, pero no tenían el savoir faire de Roof, ni su distinción, ni su descaro, pero algunos le tenían aprecio y el chico que repartía los periódicos a veces compartía su almuerzo con él.
Normalmente no duraba tanto en un mismo lugar, había atravesado el país de punta a punta y sus huellas estaban en muchos vagones de tren y en alguna que otra furgoneta desvencijada donde el crujir de la lata y su motor acallaban sus lastimosos gemidos producidos por sus huesos chocando contra las paredes. ¿Por qué llevaba tanto tiempo por aqui? Pues se lo preguntaba muchas veces, cuando se tumbaba en algún alféizar a mirar las motas de polvo en los rayos de sol. No llegaba nunca a una conclusión ni válida ni concreta, tampoco le preocupaba demasiado, sabía que cualquier día solo tendría que seguir andando justo en el momento en el que debiera volver.
De repente, un piso más abajo algo llamó su atención, le brillaron los ojos, algo...saltaba...¡por fin! Casi planeando como un peludo avión de papel, llegó en el momento justo en el que el pobre bichito le servía de tentempié. Se relamió entre orgulloso de sí mismo y goloso.
Continuó su paseo por el barrio y ya, en la puerta del barbero se paró a descansar, los hombres siempre eran más tolerantes con su presencia y molestaban menos. Además le gustaba el olor a loción y las palmadas del barbero tenían un compás agradable.
Olisqueó el aire, movió sus bigotes y se tumbó largamente en la piedra caliente, llovería pronto, tormenta de verano, pronto llegarían los truenos, el preaviso de los rayos, como un burofax de la lluvia, no sabía el lugar que tendría que buscar para refugiarse, pero esa falta de previsión era lo que a Roof le hacía sentirse bien, libre, contento.
Y así, a la espera del trueno, con el estómago lleno y en la emoción de no saber que hacer ante la lluvia, Roof se durmió con la conciencia felina limpia y brillante. (Al tejado del Savoy)


jueves, 15 de marzo de 2012

GURÚS

Hay dos maneras de enfrentarse a la vida y por ende al amor: decir que tienes hambre y que todo el mundo sepa que te vas a comer el mundo a mordiscos o sentarte a que te sirvan la comida después de haber ido a un buen restaurante.
A los primeros, hombres y mujeres, se les dice que son sagaces, astutos, intrépidos y aunque tientan a la suerte muchas más veces y descubren su juego en el primer movimiento, también es cierto que aumenta su riesgo y por extensión la posibilidad de acabar con el corazón destrozado.
Los segundos, también hombres y mujeres, suelen ser personas más comedidas socialmente, puede que más elegantes, respetuosos, reposados, su caminar es más lento, más pausado y no corren riesgos innecesarios, tienen un punto de cobardía, prefieren estudiar la carta de platos antes de acceder al menú degustación en el que irremediablemente y por una terrible casualidad, el plato que menos te gusta es el último que comes y que deja un peor regusto en la boca con lo que afrentas los postres con una avidez que en ocasiones sienta mal.
Entre estos dos grupos viven y conviven los libros de autoayuda sentimental, unos los leen, los primeros, justo al acabar una relación, para reafirmarse asi mismos y los otros con auténtica fruicción como si fueran sus biblias de cabecera. Y no es broma, para algunos son leitmotiv en sus vidas.
Estos gurús del sentimiento que escriben libros muchas veces sin ningún tipo de especialidad médica son como radiaciones al alma. No hace mucho que llegué a la conclusión que su consumo y seguimiento por estas personas es como la del paciente de cáncer que en plena quimioterapia, agobiado por los distintos efectos secundarios del tratamiento curativo deciden adentrarse en el mundo homeopático dejando atrás la medicina convencional, estos enfermos al principio sienten una notable mejoría pues desaparecen vómitos, mareos, pérdida del cabello...pero no es más que un espejismo y cuando por fin se convencen del error vuelven a la planta de oncología cuando ya no hay remedio.
Igual que hay un proceso cicatrizante de una herdida, una convalecencia de una operación quirúrgica o una rehabilitación física, las heridas, dolores y sufrimientos del alma, del corazón, requieren un tiempo para curarse y cualquier otro atajo solo lleva a engaño, a más sufrimiento o a tener que volver a pasar por quirófano.
A nadie le gusta sufrir, pero la condición humana nos hace débiles y proclives a él, la confianza, la esperanza y una sonrisa hacen muchísimo más por las personas que un millón de palabras convertidas en best seller.




miércoles, 14 de marzo de 2012

SUEÑOS OSCUROS

Abrir los ojos de par en par, y descubir que la oscuridad negra me rodea.
No quiero dormir, no quiero dormir, me lo repito algunas noches en las que sé que cuando cierre los ojos volverán las pesadillas, no quiero dormir, el miedo puede más que yo y cuando quiero descansar vuelven esas imágenes, ese sentimiento de angustia, como si me aplastaran fuerte el pecho, como si una mano oculta, negra e invisible presionara fuerte y me dejara sin respiración, no me dejo vencer, prefiero tener los ojos abiertos, pasear de un lado a otro, volver a la cama y llenarme la cabeza de tonterías, pensamientos vacíos, de rutina doméstica, cualquier cosa antes de que los parpados, pesados, llenos de sueño, caigan y vuelvan esos sueños oscuros. Pocas cosas me dan miedo, muy pocas, y antes no me importaban, pero ahora sé lo que es el pánico solamente por un sueño.
No quiero dormir, no quiero dormir, busco el consuelo rezando desgastadas oraciones que aprendí de niña pero la suave letanía me induce al sueño, y no quiero, no debo, las manos llenas de frío sudor me las paso por los ojos para despejarme, están heladas, sé lo que suele suceder en estos casos, me duermo y entonces como si fuera una película de antaño, de las que tenían descanso, se retoma mi mal sueño, mi pesadilla y despierto aún más asustada, más desconcertada y con el corazón en la boca.
No quiero dormir, no quiero dormir, me adapto al abrigo de la noche y veo pasar los minutos en el reloj, demasiado lentos para que llegue el amanecer del nuevo día. Y finalmente, arropada por la oscuridad y el tictac cardiaco del reloj, me siento relajada, acompañada como si de un vientre materno se tratara, y me duermo tranquila...

martes, 13 de marzo de 2012

LA PRINCESA CELESTITA

Este cuento se lo escribí a mi hija mayor cuando era pequeña, a ella le encantaba y se lo he contado miles de veces:

Érase que se era un reino muy lejano donde vivía un rey viudo con su única hija. La salud de este rey ya no era la que fue y nuevas preocupaciones acudían a su real cabeza, y ahora la gran preocupación de este rey era la boda de su hija, la princesa Celestita.
La princesa Celestita sin embargo, no tenía ningún interés en casarse y a penas si podía comprender el insistente afán de su padre, pero el respeto que por él sentía y sobretodo el profundo amor que le tenía, le hacían acudir a todas esas enormes fiestas llenas de comida, de gente y de lindos trajes que su padre organizaba una y otra vez con el único propósito de que Celestita encontrara a su príncipe azul.
Fueron apareciendo por estas fiestas uno tras otro todos los príncipes solteros cercanos al Reino, y como éstos no conseguían enamorar a Celestita, empezaron a llegar de lejanos sitios.
El rey empezaba a inquietarse y Celestita sin embargo llena de dulzura miraba a su padre y le sonreía una y otra vez “no papá, no me gusta este príncipe, no me casaré con él”.
Sucedió un día que la princesa Celestita se aventuró a ir al pueblo y salió del castillo para ir al zapatero, pues tenía una linda idea para su próximo par de zapatos y quería lucirlos en la siguiente fiesta. A pesar de todo, Celestita era una princesita muy presumida.
Celestita llegó a casa del zapatero y llamó a la puerta, le abrió un joven tan bello como jamás había visto la princesa. Repuesta de la sorpresa, Celestita entró en la casa y explicó al joven, hijo del viejo zapatero del que había heredado el oficio y el negocio, como quería su nuevo par de zapatos.
El joven se entusiasmó con la idea y aportó algunas suyas, estaba lleno de vitalidad, de alegría y sus ojos brillaban al hablar.
La princesa regresó al castillo con la promesa de volver personalmente por los zapatos, y así lo hizo, los días fueron eternos esperando el momento de recoger los zapatos, pero por fin la princesa Celestita fue a casa del joven zapatero.
Allí la princesa se dio cuenta que lo amaba y el joven zapatero lleno de osadía le juró su eterno amor.
La princesa esperó al final del baile y llena de dulzura miró a su padre y le dijo “no papá, no me gusta este príncipe, no me casaré con él”, el rey suspiró, y miró a Celestita que continuaba hablando “pero estoy enamorada padre”, el rey sintió que la felicidad le embargaba, ¿Quién es el joven preguntó?¿ de qué Reino…? ¿muy lejano? ¿era rey o príncipe?, Celestita sonrió y le dijo, “el joven al que amo es el zapatero, y él también me ama”.
El rey montó en cólera, se puso rojo como un tomate, y le dijo furibundo “si a él amas con él te irás, pero vivirás de su trabajo y a ver como eres capaz de sobrevivir”
Celestita así lo hizo, y se casó con el humilde zapatero, estaba triste por el enfado de su padre pero feliz con el hombre que amaba, pero era cierto, en aquella época los zapateros tenían muy poco dinero y vivían sin lujos ni comodidades.
El rey, que a pesar de todo quería mucho a su hija, fue a verla y le propuso que fueran los dos al castillo a vivir pero Celestita le miró y le dijo “papá eso sería la mayor felicidad, pero he convivido con estas personas que trabajan tanto, de sol a sol, y sin embargo pasan penalidades y he aprendido de ellos, y ahora sé que esto no es justo”
El rey quedó conmovido con las palabras de su hija que demostraban tan gran verdad y decretó en su reino salarios justos, jornadas de trabajo saludables y días de fiesta para todos los trabajadores.
La princesa Celestita volvió a palacio con su marido que siguió siendo zapatero, y el ejemplo del reino de esta princesa cundió por más y más reinos, llenando el mundo de justicia y a la princesa Celestita de felicidad.

lunes, 12 de marzo de 2012

TORMENTAS SENTIMENTALES

En esta primavera el visillo del salón engorda como una gestante de mellizos al final de su embarazo y vuelve a quedarse delgada y firme como una elegante gimnasta de las que hacen volar las mazas y las recogen con los pies.

Es un movimiento suave, una brisa, no tiene ni categoría de viento...es aleatrorio, no tiene la cadencia de las olas al llegar a la arena. Alguien diría que es una brisa anárquica, que no se ajusta a ningún tipo de corsé victoriano.

Recuerdo otros vientos, esos que se oían en el patio interior de mi casa, en invierno, como si un grupo operístico de fantasmas intentara atravesar las ventanas, un sonido atronador y de película de miedo que sólo se consigue en esos patios, a pie del Estrecho. Nunca me asustaron, supongo que cuando creces escuchándolo acabas incorporando a tu normalidad que los fantasmas se pasean las tardes de invierno...sin plantearte dónde pasan el verano.

A veces iba acompañado de una lluvia fuerte que golpeaba los cristales y en ocasiones había tanto viento que las gotas no llegaban todas al suelo. Volaban paraguas.

Eran esos días en los que la merienda tenía sabor a cena porque la osuridad cerraba la tarde y se encendía la luz desde el medio día. En mi casa, la lámpara del cuarto de estar se encendía cuando mi abuelo se despertaba de la siesta en su mecedora, y a veces, si no había nadie cerca, no se levantaba y lo encontabas despierto en la penumbra y siempre la misma pregunta: ¿En qué piensas Belo? y siempre la misma respuesta: Profundamente en nada.

Yo me iba a mi cuarto, me sentaba en mi cama, con el uniforme doblado para el día siguiente si había colegio, o con algún libro a medio leer si era fin de semana, y pensaba cosas enormemente trágicas, historias lacrimógenas llenas de fantasías incumplibles y futuros diferentes y distintos para mi y los que estaban a mi alrededor....y ahora, mirando mi visillo reprimo a duras penas las lágrimas por los que no están, esa casa, mis recuerdos ... y la brisa me parece la caricia de mi Belo justo antes de levantarse de la mecedora, para irse a Misa.


viernes, 9 de marzo de 2012

APLAUSOS AL ALMA

Desde el espejo su reflejo la saludó, usó una gran cinta para apartar el pelo, algo descolorida y hasta un poco deshilachada y comenzó a maquillarse con parsimonia, sentada y con aquel magnífico surtido de pinceles cual Van Gogh, y con todos aquellos botecitos como acuarleas del rostro, se sentía casi como un hombre del Renacimiento modificando la blancura de su piel como si de un vigen lienzo se tratara.
Era su momento preferido para pensar, para repasar sus cosas, para soñar con los ojos abiertos, su pasatiempo favorito, usar la imaginación para evocar situaciones, vivencias, circunstancias imposibles o incluso posibles en las que era la principal protagonista, aunque fuera bailando un vals con la muerte.
La muerte, el abismo, la nada...la oscuridad eterna, el final.
¿Vende más la tragedia? ¿Viste más la melancolía? ¿Atrae más un drama? ¿Interesa más la desdicha? ¿Prefieren el dolor?, mientrás intentaba contestarse a tantas preguntas sonrió, conocía las respuestas, el género humano no soporta la felicidad ajena, en el manual de las buenas personas está escrito con letras grandes, "alegraté por lo bueno que le ocurra a los demás" pero no era así, no se soporta el éxito ajeno, la felicidad del de enfrente, aunque sea en las pequeñas cosas y ella...era feliz.
Ya sabía que nunca sería un personaje en boga, no sería portadas de las revistas, no notaría más que miradas de envidia, comentarios de bisturí y falsas sonrisas.
Tenía que reconcer que le fue bien en la vida, nada fue gratis, pero tuvo suerte, la que se necesita para estar en el momento justo, en el lugar adecuado, sí, ella servía, no se iba a cubrir falsa modestia, pero...¡cuánta gente es válida y no lo consigue!
Llamaron a la puerta: ¡Señorita, cinco minutos y a escena!
Tomó aire, y lo soltó despacio, se quitó la cinta del pelo y se colocó la melena.
Un vistazo global en el espejo, perfectamente caracterizada se metió en su papel.
Las tablas del teatro le esperaban y los aplausos que le alimentaban el alma los esperaba al final.

jueves, 8 de marzo de 2012

DESAYUNO SIN DIAMANTES

Ahí estabas, entre el aceite y el tomate, entre mi humeante café y mi tostada, enmedio del placer divino de mi desayuno, mi momento sagrado, el segundo desayuno del día, una comida reposada, tranquila, pasadas ya varias horas del primer café necesario para abrir los ojos y acertar con el ojo de la cerradura al salir de casa.

Te buscaba todos los días, aunque había conseguido aprenderme tu rutina, y hasta cuando sabía que no ibas a estar te buscaba, como si pudieras sorprenderme...algo imposible, pero me quedaba un resquicio de esperanza.

Cuando no estabas no se ennegrecía mi momento, estiraba las piernas debajo de la mesa y dejaba caer mi cuerpo hasta el filo de la silla...y entonces mordía mi tostada y recordaba otros momentos, otros días en los que si que estuviste alli, y las palabras se me alineaban en una mezcla de tantra, galletita de la suerte y libro de autoayuda. Me acompañabas también.

Pero hoy estabas, y con la ansiedad no sabía si prestarle atención al café antes de que se convirtiera en escarcha, a mi elegante y dorada tostada ribeteada con el brillo de un excelente aceite de oliva o a ti...Di un sorbito al café, en taza blanca inmaculada y lamenté mi precipitación, el café ardía y me dejaría toda la mañana la lengua rasposa e irritada asi que di un mordisco a mi crujiente pan y me centré en ti, fuiste mi única ocupacion, sonreía como una tonta, y no me importaba, lo notaba, sentía incluso que mis mejillas se sonrojaban, habría personas que se sentirían irritadas por mostrar lo que socialmente es una debilidad pero yo con el tiempo había aprendido a aceptarme, a conocerme, a saber que no tengo de que avergonzarme, soy una mujer sencilla de refinados gustos... sencillos que no tiene nada que esconder y ahora estaba disfrutando, era mi momento, mi desayuno y tú...terminé de leerme la columna casi sin aire, las sensaciones que me provocaste se ordenaban aun dentro de mi, tienes un don, no puedo engañarme, no quiero negarte, cerré el periódico distraída, absorta en lo que había leido, y volviste a ser, una vez más, mi compañero de desayuno. (A Mariquilla)

ERES LO PEOR QUE ME HA PASADO EN LA VIDA. (es sólo "literatura")

"Eres lo peor que me ha pasado en la vida"
La frase le golpeó como si fuera una bofetada, no podría jurar si volvió la cara, si hizo el amago de huir o si uno de sus carrillos se había puesto tan colorado que se pudieran notar las huellas dactilares.
Pero era una frase, la frase que le taladró el alma y la dejó sin respuesta, sólo un borbotón de lágrimas surcando un rostro que ya no sabía si había sido golpeado.
"Eres lo peor que me ha pasado en la vida"
Le resonaba en la cabeza. No era perfecta, lo sabía, tenía muchos defectos y siempre intentaba corregirse, y sobretodo no hacer daño a nadie, fuera quien fuera, pero...de verdad...¿era tan horrible?
Empezaba a dudar de sí misma, de sus actos, de sus pensamientos y sentimientos, y sacudió la cabeza, no, no había hecho nada malo...
"Eres lo peor que me ha pasado en la vida"
Cuando lo oyó se paró el tiempo, recordaba perfectamente el sitio, el lugar, el cómo, qué estaba haciendo y como quedó todo suspendido por el hilo del dolor.
Un sudor frío, un vacío en el estómago, firme, de pie, y el mundo, su vida, tambaleándose a su alrededor.
"Eres lo peor que me ha pasado en la vida"
¿Se merecía alguien una frase asi? ¿Es posible que tuviera razón? ¿Era justo oir esa frase de quien sólo esperaba palabras dulces y besos? ¿Cómo había desencadenado todo para llegar a eso? ¿Y luego, qué hacer?
"Eres lo peor que me ha pasado en la vida"
¿Porqué no podía sentir lo mismo? ¿Porqué no podía hablar con ese odio? ¿Porqué no sentía ese rencor? Era incapaz de sentir algo así y aún menos de decirlo, pero, lo había oido...
No podía contarlo, no podía decir..., pensarían mal de él, ella sabía que los demás dirían, con razón, que debía apartarse, comenzar de nuevo, empezar de cero, no mirar atrás pero...ella no quería, no sabía, no podía vivir sin él, pese a todo era su empuje, su aire, su vida, su sostén y hasta su costumbre.
"Eres lo peor que me ha pasado en la vida"
Toda su vida recordaría su voz grave, acelerada, otras veces escuchó cosas poco agradables que superó, palabras que llegaban a lo mas hondo de su alma, quizás peores, pero esta vez, temblaba si la imaginación le jugaba una mala pasada, si los recuerdos volvían.
No tendría el valor, no sabría hacerlo, no podría, no estaba sola, lo sabía, había un teléfono, asistentes sociales, pero...¿dónde iría? ¿qué hacer? Él era su vida...
Se miró al espejo, a duras penas vió el reflejo de su dignidad y respiró, saldría adelante...sólo necesitaba el primer paso para empezar a andar...


miércoles, 7 de marzo de 2012

AMATRÓN

Siempre, desde pequeña, me gustaba pensar que alguien inventaria algo que midiera lo intangible. Por ejemplo me recreaba en pensar que existiría la unidad métrica del buenismo, y asi, por fin sabríamos quien es el más bueno, o el más malo...., si realmente se quiere a todos los hijos por igual (la ventaja de ser hija única ante esta medida es fantástica, se gana siempre), quien está más triste o qué persona es la que más sufre...Creo que podríamos comprendernos mejor unos a otros sabiendo como si fuera una escala de terremotos, de que nivel estamos hablando y cuales son las características de cada uno de ellos. Sería una empatía algo métrica pero efectiva.
Por fin se podría cuantificar el dolor y yo no tendría que contestar al médico con cara de oveja despistada cómo de dolorosa es determinada contractura. ¡Y se valoraría muchisimo más los dolores de parto!. Eso solo lo comprende quien los ha pasado y la epidural no llegaba, o llegaba tarde. Incluso podría ser una herramienta médica para no sedar de más o de menos a un paciente determinado. Algo parecido a la toma de la tensión arterial o la fibre.
Y aunque muchas interminables horas de diálogo enamorado quedrían anulados a golpe de medición, -yo te quero más, no yo, no yo, no...yo- y el cine perdiera grandes momentos, siempre se sabría quien quiere más a quien...con un aparatillo, pongamos por nombre: "Amatrón". Reconozco que sin duda sería algo peligroso, con un efecto secundario que mejor que no pillara desprevenido porque pudiera darse el caso de que más de uno o de una se daría cuenta a golpe de click que no es oro todo lo que reluce, y que esas promesas de amor eterno, de sentimientos puros, de amor por lingontes, no es tal... aunque así puede que se librara más de uno, o de una, de un desengaño cruel muchisimo antes de sufrimientos incontrolables.
Mis anhelos puede que no tengan seguidores, y que prefieran las cosas como son, etéreas, escondidas, secretas, intangibles, y nos quedemos en el bequeriano "los suspiros son aire...y van al aire..." pero en el fondo tengo un lado práctico y británico que me hace pensar que no sería tan mala idea poder por fin saber aquello que tanto dinero y tanto dió de si a poetas, industrias farmacológicas y psicólogos.

martes, 6 de marzo de 2012

EPITAFIO PERSONAL

Con sol las cosas tristes se vuelven agradables.
En mi casa hemos desmitificado mucho la muerte quizás por la profunda y religiosa creencia que se destila en el Credo y de la que estoy orgullosa aunque ahora no esté muy de moda. Desde ahí y como cantan en el Acto a los Caídos los militares, otra cosa que no está muy de moda, "La muerte no es el final".
Durante mucho tiempo he oido en casa, que lo que verdaderamente dá dinero es tener un tanatorio y un cementario privado, algo elgante, sofisticado, y con salones tanto para velatorios como para esos bufés fríos que servían los británicos victorianos en sus salones tras el sepelio, los irlandeses en las tabernas y los norteamericanos en las casas en una mezcla de pésame y fiesta del más allá.
Reconozco que puede llegar a ser un tema doloroso para algunas personas y no es desafecto ni una conducta irrespetuosa, simplemente es que lo consideramos un paso más, el alma, lo importante, ya nos ha abandonado y está donde le corresponda y el cuerpo queda aqui de recordatorio, como un souvenir de la Torre Effiel.
Desde esta postura personalísima y tras dejar claro a mis seres queridos, familiares y amigos, que quiero donar mis órganos, incluso hago anotaciones del tipo, si se llevan mis córneas haced el favor de darle también mis lentillas...¿para qué hacer más gastos? y que no me hago responsable de los excesos de mi hígado, etc. tengo dicho que quiero que me incineren, y de ahí la disyuntiva...¿qué hacer con mis cenizas?
Tras varias horas de conversación privada e íntima, decidí que hay dos sitios donde he sido feliz, El Rocío y El Corte Inglés. Así que he pedido que me unan a las arenas (nada de urnas ni cosas de esas) de las Marismas y que me pongan en un macetero del centro comercial fundado por Areces que deseen, uno que tenga buenas vistas, a ser posible o en la entrada cerca de Perfumería o en la planta de moda y/o zapatería.
Pero de un tiempo a esta parte vengo pensando que además de que un diamante es para siempre, hay que dejar testigo de vida, es cierto que tengo dos hijas que se parecen en muchas cosas a mi, que seguramente cocinaran a mi estilo y un día se verán y se preguntarán cómo es posible que se parezcan tanto a su madre con lo que han peleado con ella...pero me gustaría dejar un epitafio, en un cuadro, en un libro, en una pancarta o en una servilleta de papel, el lugar es lo de menos...quiero dejar una frase para retratarme, hacerlo yo ... no los demás...y lo he decidido ya, allá va:
Rocío González Martínez: Vivió