viernes, 16 de mayo de 2014

www.15gotas.com

Hoy es un día emotivo para mí. Disculpadme si las ideas me salen un poco desordenadas. Hoy tecleo a golpe de corazón.
Ayer fue la alegría, la preocupación previa, el trabajo, los nervios, un ataque de estrés que me provocó una jaqueca. Hoy toca la parte sentida y supongo que derramaré alguna lágrima. El exceso de sensibilidad siempre es húmedo. Puede que sólo sean quince gotas, pero caerán. Estoy segura. Permítanme la sensiblería.
A lo largo de mi vida me he mudado muchas veces, motivos familiares y de logística han hecho, que cada cierto tiempo, mi vida se pudiera contar por número de cajas de cartón. Incluso hubo una estanca época en mi juventud adulta en la que lo llegué a echar de menos, se me hacía extraño estar más de tres años en el mismo sitio.
Hoy este blog se muda definitivamente. Es un cambio a mejor -porque los cambios siempre lo son- y espero que vengáis todos conmigo. Nos vamos a un sitio más profesional, más serio, pero a la vez mucho más íntimo, personal y propio. Una casa nueva más elegante.
Entre las virtudes que el buen Dios me dio no estaba la de la paciencia y aún menos la de la destreza informática, menos mal que a cambio de dotó de voluntad y tenacidad; también me dio un don sobrenatural para hacer las mejores lasañas del universo, pero no es el caso que nos ocupa. La cuestión es que después de muchas horas conseguí hacer la mudanza completa. En la nueva casa, como si fueran los libros de las estanterías que llenan las paredes de mi hogar real, están todos los textos que hay en este Blog, también los comentarios que hicisteis y que tanto os agradezco. Pese a que no he podido comprobarlo, supongo que algo se perderá, pero eso siempre pasa en los traslados, esperemos que no sea grave la pérdida.
Me acabo de mudar, la casa está con todas las cajas por medio, limpia y nueva, recién pintada, pero aún no me he hecho a la casa ni al barrio, que es mucho más selecto. Espero que la comunidad WordPress me trate bien. Tened paciencia vosotros, por favor.
Por el camino hemos dejado el Nervocalm porque ya sé que todos sabéis de que son las gotas, he adoptado el nombre de 15 gotas porque es con  el que al final se les han ido conociendo. Es más corto y más fácil de teclear, también es el hashtag con el que tuiteo el enlace un par de veces al día.
Trescientas treinta entradas más tarde cierro esta casa, por ahora quedará aquí en stand by, no sé si desparecerá del todo algún día. Ahora no soy capaz de hacerlo. Ya me cuesta cerrar la puerta, siempre me ha costado abandonar una casa aunque el siguiente paso siempre fuera a mejor. Los recuerdos se vienen conmigo, la ilusión con la que lo abrí sigue intacta, la constancia con la que un día decidí que escribiría a diario perdura, los comentario de ánimo y la fidelidad con la que habéis entrado, espero que no me falten ahora...los necesito más que nunca.
Ayudadme a cerrar que a mí las lágrimas no me dejan atinar con la llave en la cerradura... Nos espera algo mejor, 15 Gotas

jueves, 15 de mayo de 2014

TIEMPO PERDIDO

Le quedó cierto regusto a haber perdido el tiempo. Quizás fuera eso lo que más le molestaba. Podía pensar en otras cosas que iban implícitas en ese devenir de días, pero al final, lo que de verdad le irritaba, es que había sido para nada y que su poco tiempo libre disponible, lo había derrochado de una manera estúpida.
Era cierto que había existido una carga emotiva, esto también le podía incomodar. Por poco que sea y hasta de manera tangencial, molesta entregarse a una persona. Aunque la entrega fuera mínima. No podía hablar de amor, tampoco de amistad. Es difícil etiquetar las relaciones, del tipo que fuesen. Ni siquiera iba a intentarlo. A lo mejor - o a lo peor- sólo fue afecto o una manera de empezar a conocerse. Lo intentaron y no hubo esa conexión interestelar, no nació la chispa que parecía a todas luces que iba a prender. No supieron. Quizás él no quiso. A lo mejor ella tampoco estaba en su mejor momento.
Incluso sin verse, existe la posibilidad de saber si dos personas son polos opuestos o tienen la posibilidad de llegar a ser buenos amigos, a formar una duradera pareja, conocidos eventuales, excelentes amantes. Virtualidades que nos ofrecen una manera nueva de relacionarnos, reflexionó. Pero en algún momento hay que llegar a tenerse frente a frente, razonó, aunque si lo descubres antes te ahorras mucho...Ella ni siquiera había llegado esta vez al paso de tomar un café juntos. Tampoco lo lamentaba.
De todas formas, también sucede cuando no hay virtualidades y los primeros pasos se dan en el mundo real. El acercamiento, la conversación, el conocer unos de otros, es un desgaste emocional. Somos seres sociales, es cierto, pero a veces se necesita un océano de paz, un cordón sanitario de nuevas emociones y personas, un poco de soledad. Y eso es lo que necesitaba ella ahora.
No quería saber nada de conocer gente nueva, a duras penas tenía ganas de hablar con la que ya conocía, incluso se veía incapaz de confesarse con las buenas amigas de toda la vida. No le apetecía hablar, ni por escrito, ni siquiera tenía la necesidad de vaciarse y soltar el lastre que dejaba cada intento fallido.
Hasta con esa pequeña herida aún escociendo quería -necesitaba olvidar. Intentar que el frío que se le colaba en el corazón a cada mala experiencia, no se convirtiera en hielo y la hiciera una mujer fría. Pensar. Desconectar de todo. Y sobre todo, aceptar el tiempo invertido, como usado y no perdido.

miércoles, 14 de mayo de 2014

NATALIA

Iba pedaleando con fuerza. Todas las energías que tenían las intentaba mandar a su tobillo, a sus rodillas o donde fuera que fuese la primera pieza del engranaje que ponía en marcha el movimiento que le hacía avanzar. Tenía tanta prisa que no le importaba llevar la frente brumosa de sudor y esperaba que el desodorante que le había robado a su padre funcionara y el olor no le dejara en evidencia al llegar.
Él vivía en el pueblo, todo el año entre esas cuatro o cinco calles estrechas de casa blancas. Ella venía a pasar los veranos y tenía una casita de madera cerca de la playa, casi encima de la arena estaba su porche. Allí la vio por primera vez y se quedó embobado, parado en mitad de la nada mientras su hermano le gritaba que llegaban tarde, que su madre les iba a regañar y movía sus manos, agitándola en el aire como para hacerle volver en sí. En medio de esos aspavientos casi vuelca el cubo donde llevaba los pulpos que había cogido entre las piedras.
Ella estaba viendo el atardecer acodada en la barandilla. Seguro que había visto más de una película en la que sucedía eso y lo estaba imitando. También pudiera ser que en realidad estuviera reflexiva, sumida en la contemplación de los colores del ocaso que perfilaban el horizonte marítimo. Fuera por la razón que fuera, le quedaba perfecto, y la puesta de sol le hacía juego con sus minishort vaqueros y su camiseta rosa.
En el momento en el que ella salió de su ensoñación, quizás por sentirse observada, y le miró fijamente, él se quedó frío y aún más quieto, ni siquiera respiró. No tuvo capacidad de reacción, podía haber disimulado, no fue capaz. Escuchó entonces a su hermano y salió corriendo. La peor opción.
Esa noche repasó la escena una y otra vez, tuvo ganas de abofetearse por su reacción. Había quedado como un tonto, como el pueblerino que era. Ella, tan elegante y de cuidad, habría pensado que era un palurdo que se asustaba de las mujeres. Las mujeres, ¡ja!, en realidad tenía quince años. Ella tendría más o menos los mismos, pero seguro que estaba mucho más "vivida" que decía su madre. No había mucho más que pensar, se decía, había hecho el ridículo más espantoso.
Al día siguiente se sorprendió de verla sentada sobre las piedras. Tomaba el sol con un vestidito blanco de tirantes anudados. Ellos tenían que ir justo a ese sitio. Su hermano, más pequeño, no se daba cuenta de la situación tan tensa. ¡Niños!. Al verla sólo farfulló algo de qué pesada y de si no había espantado a todos los pulpos. Lo hacía mientras andaba diligente, clavando los talones en la arena. Llegó a la orilla y él seguía retrasado, sin saber que iba a hacer. Su hermano volvió a vociferarle mientras se quitaba la camiseta y fue cuando ella, que miraba hacia el mar, se giró como una diosa, como una sirena con piernas y se dio cuenta de que ellos estaban allí. Sonrió. Era sin duda la sonrisa más bonita del mundo.
Había que tomar una decisión, así que le devolvió la sonrisa con cara de sufrido hermano mayor y se acercó a presentarse. La voz le salió llena de gallos y ella no hizo ninguna broma o mal gesto como solían hacer las niñas del pueblo. Era una señorita, saltaba a la vista. Ella le dijo que se llamaba Natalia. ¡Natalia! No puede haber un nombre más bonito en el universo. Natalia.
Se quitó la camiseta como si fuera un Tarzán y se lanzó al agua con estilo. Era su medio natural, ahí si que tenía las de ganar. Intentó presumir mucho pero los pulpos no estaban poniendo de su parte. También le daba miedo que en una de sus inmersiones, al volver a la superficie a coger aire, ella no estuviera. Pero estaba. Estuvo hasta el final. Eso le dio fuerzas, no iba a negarlo, y se envalentonó tanto que le regaló todos los pulpos que habían cogido, cubo incluido.
Le acompañaron a su casa, con su hermano protestando por lo bajini, y cuando se volvieron a casa montados en sus bicis, él iba flotando. Ni las airados argumentos de su  insistente hermano, ni el miedo a que su madre le pidiera cuentas del cubo, ni siquiera lo tarde que estaban llegando a cenar, le importaba. Sólo tenía un pensamiento, un nombre, una cara, una música en su cabeza: Natalia.
De eso hacía exactamente un mes, tres días y un puñado de horas. Hoy habían quedado para ir al cine de verano. Lo ponían cerca de la playa. No era mucho más que un descampado, una lona y sillas incómodas, pero a ellos les parecía mágico. Se suponía que iban más amigos, una pandilla, pero él era el encargado de recogerla. Eso era todo un lujo y una declaración de intenciones. A lo mejor tenía valor de decirle que le gustaba. Lo llevaba intentando muchos días, pero no conseguía el momento, la ocasión, el arrojo. No quería llegar tarde, por eso pedaleaba con fuerza.
Cuando llamó a la puerta de su casa y le abrió su padre se sintió muy azorado, pero supo resolverlo con relativo silencio, pero cuando la vio bajar con ese vestido de cuadritos amarillos y blancos, tan morena y tan guapa, se le abrieron los ojos de par en par. Le tuvo que cambiar la cara demasiado, no pudo disimular el asombro y el padre de Natalia carraspeó con tal intensidad que él se puso firme, se cuadró como si estuviera en el Ejército. Mientras ella reía y cogía una rebequita, que luego refrescaba.
Con la bicicleta a un lado, caminaban juntos en dirección al cine. Ella charlaba de la película, que ya había visto en la ciudad, pero él no podía articular palabra. Iba extasiado en ella, alucinado con su voz y temblando por todo lo que iba pensando. Igual en la oscuridad podría decirle algo. Tendría que hacer por sentarse a su lado.
Antes de llegar ella le pidió que paran, tenía arena en el zapato. Se apoyó en él. Sintió su mano en su brazo y quiso morir. Entonces tomó aire. Le miró a los ojos y le dijo:
- Me gustas mucho Natalia. ¿Quieres salir conmigo?
- ¡Ya era hora!, contestó ella...
Rieron azorados y se miraron a los ojos. Echaron otra vez a andar. Y llegaron al cine cogidos de la mano. 

martes, 13 de mayo de 2014

DUEÑOS DE LA MORAL

Hay personas que se creen dueños de la moral. La Moral, con mayúsculas. Algo así como los derechos, deberes y sentimientos que deben primar en los humanos. No tiene que ver con conceptos religiosos ni tampoco políticos, puede ser un añadido pero no la razón básica.
Existen personas que creen que o estás con ellas o contra ellas y en este último caso, tus ideas, gustos, forma de ser y manera de vivir está condenada al infierno, al que ellos crean, el de los no-elegidos. Ellos pertenecen a los "Elegidos", que a su vez se eligen ellos mismos por ellos mismos, perdón por el trabalenguas, con un cierto componente endogámico que linda con la estupidez humana.
Estos seres que se creen imbuidos de un don, que parece que han sido tocados por una fuerza supra natural a la que por cierto tutean, no sólo establecen las directrices de la moda, es que también consideran lo que está bien o no pensar. Y pese a caer en la frivolidad, me parecen igual de graves.
Comprendo, no soy alguien tan estricta, que hay momento para la broma y el comentario jocoso. En este país vivimos de la ironía y esto nos hace ser al menos distintos, y para mí, es un rasgo de inteligencia. El problema está cuando las risas pasan a ser verdades veladas y poco tiempo después, agresividad contenida. Y a veces deja de contenerse. Ya me resulta un ataque que otra persona quiera o pretenda imponer su voluntad sobre la mía o la de otros, mucho más si es utilizando la coacción, el miedo o la fuerza.
A su vez, estas personas se tildan de tolerantes, nadie como ellos blandiendo la bandera del respeto a los demás, incluso usan esa frase de "yo tengo un amigo..." a rellenar con lo que sea: gay, que usa faldas cortas, que no tiene estudios, que canta cuando se ducha...lo que ellos consideren censurable, pero que ante la pregunta directa se escabullen como arena entre los dedos.
Existe un grupúsculo aún peor, son los que presumen de ser intransigentes, que supongo que es como presumir de callos en los pies, flatulencia o halitosis. Por mucho que quiero encontrar un lado positivo a la superioridad moral no encuentro nada que me haga verlo como una virtud.
Sé que vivimos en sociedad, entiendo que tiene que haber unas normas para establecer una convivencia normal, pero no puedo asumir que nadie se erija en dueño y señor de otra persona, que decida a quien debe amar, cómo se debe vestir, qué debe votar o el largo de las faldas. Cuidado con las bromas que son traicioneras y acaban yéndose de las manos...

lunes, 12 de mayo de 2014

#BRINGBACKOURGIRLS

He pecado de ingenua. Lo reconozco. Lo digo con cierta vergüenza, no por errar que es humano como todo el mundo sabe, sino porque pensé y confié en la bondad de las personas y parece ser que eso es de estúpidos.
Cuando llegó la noticia de que doscientas niñas habían sido secuestradas pocos medios se hicieron eco, muy pocos. De repente, no sé bien si fue la fuerza de la red, las onegés, los que sí que estuvieron siendo altavoz de estas personas, no sé la razón, pero al cabo de los días la tragedia se hizo voz, se volvió real y entró en juego la Comunidad Internacional.
Entiendo la Comunidad Internacional como un nombre propio que agrupa a personas y entidades con poder y posibilidades. Cuando "tomaron cartas en el asunto", cuando quisieron hacerles caso -por iniciativa propia o por presión popular, da igual- pensé que sería cuestión de días...me equivocaba. He esperado para escribir de estas niñas porque yo quería contar un final feliz. O al menos un final menos trágico o incierto. Los días transcurren, nuestra vida pasa y no hay soluciones.
Hoy, a dos días de que se cumpla un mes de las desapariciones, dice la ONU que actuará de inmediato. No sé si es que su concepto de inmediatez y el mío es distinto. Durante treinta días no quiero ni pensar a lo que habrán sido sometidas esas pobres niñas, si es que no han sido vendidas ya y están aún más difícil de localizar. Las pocas supervivientes que escaparon, cuentan verdaderas aberraciones, quince violaciones al día por niña, treinta días, cuatrocientas cincuenta violaciones. Supongo que no serán tantas porque se aburrirán  ellos o las niñas estarán tan aterradas que no podrán resistir más violencia. Pero sobra todo. Si a nuestras niñas occidentales nos asquea que les hagan fotos, les rocen, les miren de manera extraña, ¿son menos niñas esas que están sufriendo estas barbaridades?
Secuestradas. Violadas. Vendidas. Obligadas a casarse y a "aceptar" los usos, ritos y costumbres islámicas. No sólo son doscientas niñas, es que luego secuestraron a ocho niñas más que estaban tranquilas por su barrio. Doscientas ocho niñas. Doscientas ocho madres. Doscientas ocho familias. Puede que sean más.
"Los hombres reales no compran niñas" "Queremos que nos devuelvan a nuestras niñas" son consignas en la red, fotos y etiquetas que demuestran que hay gente asqueada con este tema. Sé que es cierto que muchos piensan que es la manera de lavarse la conciencia y sé que no sirve para nada con respecto a la liberación de las niñas, pero el segundo hagstag, #BringBackOurGirls, lo crearon las madres y además de haber servido para que esa lenta, obsoleta y caduca Comunidad Internacional tenga que dar explicaciones, es una manera de que esas familias se sientan acompañadas. No están solas.
Recuerdo, hace años, que hubo una catástrofe natural en España, no sé si en Aragón o Extremadura, pero en medio de la desolación fue el Príncipe de Asturias. Yo pensé que era una idiotez, ganas de obligarles a estar pendiente de su seguridad, dejar los trabajos de reconstrucción para atenderle, y todo para que su Alteza se hiciera la foto. Luego, los damnificados decían que se sentían muy reconfortados por su apoyo y porque gracias a él los medios estaban pendiente de su tragedia. Ese día cambió mi idea de estas cosas, no lo olvidé nunca. Por eso yo también utilicé, utilizo hoy, el hagstag.
Boko Haram es una guerrilla, un grupo terrorista fanático religioso, que intenta imponer el Islam (entendido desde la locura más irracional) en una zona de Nigeria que siempre fue laica, con gran número de cristianos. Saben cómo y dónde hacer daño, y deben saber también que nadie mira a Nigeria, y que pueden hacer su voluntad -cruel y despiadada- sin grandes consecuencias. Es intolerable. Por ser niña y querer estudiar, por ser una futura mujer preparada y desde esa libertad elegir una u otra religión (o ninguna) no se puede estar condenada a ser secuestrada, violada y vendida.
Yo todas las mañanas dejo a mis hijas en sus centros de estudio como hacían esas madres, que no son menos madres que yo. En condiciones normales y rutinarias volverán (si Dios quiere) a casa a comer. Hay doscientas ocho niñas que no volvieron. Pensarlo solo un instante da vértigo. Ponerse unos segundos en la piel de alguna de esas madres que saben lo que están haciendo con sus hijas, que no saben si volverán a verlas, que no pueden sentir más dolor, es angustioso.
Por favor que no se nos olviden, ellas no tienen voz, necesitan la nuestra.


domingo, 11 de mayo de 2014

EL INSTANTE (Y V)

Las llaves seguían inertes sobre la mesa, su función no era la de ser pero en este instante tenían un pulso que le hacía parecer que era un ente animado, vivo, capaz de fagocitar otros seres.
Ella intentaba que el momento no fuera tenso y sonreía distendiendo la escena, aunque ella era la única que estaba sufriendo un ataque de pánico. Tenía que reaccionar de alguna manera y no lo estaba logrando. Debía hacer algo, tomar alguna decisión. Los minutos parecían horas de reloj y sin embargo, cualquier observador lejano, neutral y con buena vista, podría decir que en realidad apenas habían pasado treinta o cuarenta respiraciones, que en el caso de ella no eran más de quince. Estaba helada.
Salió de la congelación para sonreír y preguntar: "¿Estás seguro? ¿Qué conlleva esto?" No eran grandes preguntas y no estaba siendo alocada y sentimental, pero ganaba tiempo. Necesitaba pensar y con esta respuesta esperaba un impasse, pero en mitad de su nebulosa mental no acertaba a captar ningún pensamiento coherente. Incluso achinó los ojos, como una miope sin gafas, para conseguir ver bien dentro de ella, pero no servía de nada y mientras tanto, él contestaba: "Nena, claro que estoy seguro, sabes que no hago locuras -normalmente-, y no conlleva más que la confianza que tengo en ti, en nosotros. Es un paso más sin movernos del sitio"
"Todo cambia y nada permanece" que dijo aquel filósofo que jamás se vio en la disyuntiva que se estaba viendo ella. Quisiera ver a Heráclito pasando por el momento de elegir: huir o seguir adelante. Confiar en su reposada reflexión (aunque cobarde) o cambiar de planes vitales en lo que dura el compás del pulso. La filosofía sin sentimientos es fácil, de andar por casa.
Ella suspiró, no sabría decir si de desesperación o de amor, o si en realidad, el amor no es más que la desesperada necesidad de unirte a alguien afín para sentirte querida, cuidada, satisfecha. En sus planes no estaba la maternidad y tampoco se veía como una sacrificada ama de casa, sin embargo era agradable sentirse querida, mimada.
Mientras alargaba la mano para coger las llaves, decisión tomada, recordó el pensamiento y la decisión con la que había abierto esa puerta. Se visualizó escribiendo aquel email descartado. Intentó adivinar qué hubiera pasado si lo hubiera mandado...
Le besó, en ese beso estaba un cambio de vida, de manera de ser, y no le pesaba. Se sentía extraña pero feliz. Empezó a meter las llaves en el llavero de lujo con cierto temblor en las manos. Lo mejor que sabía hacer era no cumplir lo que se proponía.
El instante había cambiado. Ahora tenía uno nuevo, a su lado, arriesgándose a perder, pero deseando ganar.

sábado, 10 de mayo de 2014

EL INSTANTE (IV)

Cuando llegó a la cafetería ya estaba él esperando. Ajeno a sus ideas, sin saber lo que ella quería decirle, recién llegado de un vuelo de horas eternas. Era la imagen viva del jet lag, casi viva. Se le veía cansado y aceptando que la cafeína era el único recurso a mano a falta de almohada. Así visto, a través de la cristalera, provocaba cierta ternura. La ropa arrugada y la incipiente barba sombreándole el rostro, le daba un aspecto taciturno, de hombre derrotado.
Esa ternura empezaba a hacer estragos en su corazón, el mismo que quería abandonar todo y no sin cierta cobardía, huir de un compromiso. Era consciente de que su afán por abandonar la relación era miedo al futuro, pánico a sufrir, no querer arriesgar por miedo a que saliera mal. Nadie te garantiza que una relación vaya a salir mal o bien, tienen sus momentos, a veces terminan, otras no, y en ocasiones es un desastre de proporciones épicas. Tampoco se sabe nunca nada con total certeza, eso era cierto, sin embargo para otras cosas con menos ingredientes sentimentales era mucho más atrevida.
Él la vio y le saludó desde la mesa y ella devolvió afectuosa el saludo y entró en la cafetería. El beso de saludo era de los que no se olvidan. Hay besos de compromiso, de rutina, de pasión encendida, pero este beso era de te he echado de menos. El intercambio de corazones por la boca. Porque ella se dejó llevar y devolvió el beso con la misma intensidad. Se dio cuenta de que sí que lo había echado de menos y que sus besos eran un buen sitio para estar.
Se sintió flaquear. Por escrito era todo más fácil. Despedirse de alguien que te está mirando a los ojos era complicado y mucho más si esos ojos que te miran tienen el cerco violáceo del agotamiento y algo parecido al amor.
Intentaba mantener la conversación mientras se analizaba. Hasta hace una hora estaba todo tremendamente claro. Llevaba días de reflexión. La decisión estaba tomada, era la frase que más se había repetido. No entendía que le estaba sucediendo ahora.
Él le seguía hablando de su trabajo, de las anécdotas del vuelo y de lo pesados que son los controles en los aeropuertos estadounidenses. Ella no se estaba enterando de nada pero asentía y sonreía. Demasiados pensamientos cruzados, algarabía de sentimientos, los ojos puestos en él y el pulso acelerado de desconcierto.
Cuando le trajeron el café el aprovechó para buscar algo en el bolsillo de su chaqueta. "Te traje un regalo". Le alargó una cajita envuelta en rojo. Era larga, estrecha, muy parecida a las de los bolígrafos o estilográficas. "Gracias, yo no tengo nada para ti". Él soltó una carcajada, estaba guapo cuando reía. En realidad todos somos más guapos si reímos. "No es Navidad, el que me he ido de viaje he sido yo". Con una sola frase había destrozado todo el esfuerzo por disimular su doble actuación, la de estar de cuerpo presente con la mente en todas aquellas cosas que pensó en frío y las que ahora sentía. Con lo bien que le estaba saliendo. Para salir del apuro empezó a desenvolver el regalo.
Abrió la caja conteniendo al respiración y había un llavero. Una bonita representación de la parte alta del edificio Chrysler, plata y cristales de Swarovski. Algo demasiado bonito para utilizar, pero lo haría. Era precioso. Le besó con verdadera agradecimiento. Era agradable recibir regalos porque significa que alguien ha pensado en ti.
Él seguía hablando, "este regalo se complementa con esto". Le deslizó un par de llaves por encima de la mesa. El corazón le iba a reventar. No sabía que hacer ni que decir. "Son las de mi casa, no quiero que te sientas presionada, ni obligada, pero quiero que las tengas, necesito que las tengas"...

viernes, 9 de mayo de 2014

EL INSTANTE (III)

Sonaba el teléfono que dormía minutos antes a su lado, en el sillón. Berreaba como un niño insolente encaprichado en una tienda de golosinas. Gritaba sin parar y no cejaba en el intento de hacerse notar y de que lo descolgaran. Bueno, descolgar era antes, cuando la baquelita formaba parte de nuestras vidas en forma de receptor y el chirriar de la rueda acompañaba al giro de muñeca extendida hasta el dedo índice. Ahora debía desplazar su dedo, acariciando la pantalla y ni siquiera ese indirecto gesto de ternura estaba dispuesta a realizar.
Al fin se calló. Se dio cuenta de que sudaba y que se había puesto nerviosa. El corazón le latía fuerte y el sonido de llamada lo tenía clavado en la sien. Tendría que cambiarlo, no podría soportarlo nunca más. Mandaría luego un mensaje y le diría que lo tenía en modo silencio y no lo había visto o que en ese momento estaba ocupada y no le podía contestar. La mentira como recurso escénico. Pánico escénico.
Benditos teléfonos con identificador de llamada. Antes existían dos opciones, ignorar la llamada y quedarte con la intriga de quién había llamado, o arriesgarte a cogerle a un vendedor, a quien odias o a quien estabas esperando desde hacía siglos. La ruleta rusa de la comunicación. Ahora sabes a quien estas dejando de lado.
El teléfono volvió a sonar y volvía a ser él. Estaba intentando posponer lo irremediable, se estaba complicando todo demasiado. No tenía ningún correo electrónico que mandar. Se había puesto demasiado nerviosa para escribir. Y el teléfono seguía vociferante e insistente. Ni siquiera había sido capaz de silenciarlo. Se estaba quedando sin reflejos, estaba dejando de ser ella misma.
Enfurecida por su falta de reacción deslizó el dedo. Contestó con un cierto regusto de agresividad que siempre podía confundirse con la prisa por coger el móvil cuando éste se pone a bucear al fondo del bolso y se esconde por los rincones. "¡Dime!" Era casi una manera de interpelar. Sonó raro. Tampoco se parecía demasiado a su voz.
Él quería tomar  un café y ella no tenía excusas a mano. Tendría que decirle mirándole a los ojos que no quería volver a verle, que no buscaba más en esa relación, que no le gustaba a dónde les dirigían los pasos. Odiaba la confrontación y seguro que pediría explicaciones que no podría darle porque simplemente ella no estaba dispuesta a seguir.
Aceptó el café, poco más de media hora de margen. Le daba tiempo a peinarse, a fumarse un paquete de tabaco y a intentar conseguir que los nervios le dejaran de afectar. No tenía lógica, iba a hacer justo lo que ella quería, de otra manera, pero iba hacia donde ella quería ir. No sabía como lo iba a afrontar. Tendría que improvisar. La decisión estaba tomada, sólo había cambiado la manera en la que comenzar a andar.

jueves, 8 de mayo de 2014

EL INSTANTE (II)

Cuando terminó de escribir la despedida empezó a arrepentirse. No es que dudara de su sentimiento, no se había planteado cambiar de opinión, pero no tenía claro si era el canal adecuado el que había elegido. Lo que ganaba la comodidad lo perdía la epístola.
La escritura era un acto de la subjetividad que se basa en la particularidad del lector. Alguien puede escribir una bella frase que sin el contexto adecuado o sin la predisposición a la bondad ajena, puede leerse casi como un insulto. Los matices del habla se pierden y hay que emplear muchas palabras para concretar un sentimiento.
Al releer el correo electrónico la sensación que le quedó fue la de que era demasiado impersonal y al no tener su entonación, su mirada y la caricia de su voz en su piel, igual lo podía mal interpretar. Era difícil transmitir lo que necesitaba decirle sin quedar brusca. Se le enredaban las ideas y las letras en el teclado al intentar confesarse. Nunca había hecho algo igual por escrito.
Volvió a releerse, por quinta o sexta vez, y le pareció farragoso, enredado, y en cierto momento hasta se odió a sí misma. Plasmada en la pantalla había una mujer cobarde, prepotente y desquiciada. Ella no era así y no sentía nada parecido a lo que su mensaje transmitía.
Lo más seguro es que tuviera que volver a empezar. Debería elegir mejor las palabras, plasmar con más exactitud los sentimientos, valorar no sólo lo que quería decir, si no cómo lo quería decir y de que forma para que quedara medianamente clara su intención sin que resultara ruda y descortés. Empezaba a angustiarse.
En realidad no era una relación tan larga como para tener reproches que lanzarse a la cara, no había lugar para las vulgaridades que florecen desde el rencor, a duras penas hubo disputas y las que hubo, terminaron en bellos y excitantes momentos de pasión. La decisión era clara, seguir hacia algo rutinario, lleno de confort y eternizado en el tiempo, con el riesgo de que empezaran a surgir recuerdos de malos momentos, o huir y guardar en la memoria todo lo bueno que surgió y que tuvieron. Optó por lo segundo y no tenía manera de llevarlo a cabo sin un mal trance.
Quizás él también deseaba que esto acabara. Esta idea la reconfortó. Puede que fuera un escape incluso. No lo parecía, más bien todo lo contrario, pero seguro que él tampoco había notado que ella quería acabar con esa dulce relación. No eran tan descabellado pensar que él también prefería parar ahora que todo era perfecto antes de que degenerara en un funeral sentimental.
Descartó el borrador y comenzó de nuevo. Esperanzada y con las ideas mucho más claras para entregarse a la tarea ingrata de vaciarse en el teclado. Esta vez lo conseguiría. Se recostó ordenando las frases en el aire cuando la distrajo el teléfono.
Era él.

miércoles, 7 de mayo de 2014

EL INSTANTE

Igual si se hubiera dejado llevar, no estaría en el lugar en el que se encontraba. Su racionalidad le hizo subirse un peldaño más arriba en el orgullo. Fue como tabla de salvación, como defensa propia, no como necesidad de ampliar su soberbia. La decisión estuvo meditada, sopesó todas las dudas presentes y futuras, pero una vez tomada, el pensamiento se convirtió en meta y ya nada le podía hacer cambiar.
Solía ser voluble, chispeante y divertida. Adoraba los planes dentro de un orden, odiaba que se los cambiaran, pero de la misma forma evitaba que éstos fueran rígidos como un corsé, ella necesitaba que su agenda (emocional, laboral, o festiva) fuera un vaporoso vestido de lino. Quizás mejor un sinuoso y adaptable vestido de licra. La cuestión es que las tareas y las decisiones le dejaran ser ella misma.
Había pasado ya varios días, horas de soledad reflexiva en las que se dedicó a valorar la decisión que había tomado justo en el momento en el que girándose sobre sus talones supo decir adiós, cuando en realidad quería correr en su dirección y colgarse para siempre de sus besos. No quiso precipitarse, tampoco obcecarse en el sentimiento que había tenido en ese instante.
Valoró y sopesó las distintas alternativas. Podía dejarlo todo igual, acomodar el pensamiento entre los cojines de los sofás de la rutina y hacer como si no hubiera sentido nada. Tenía la opción de discutir esa necesidad de decir hasta siempre mientras el corazón pedía anclarse a su lado, esto lo podía hacer con amigas o con él mismo, y las dos opciones saldrían mal. Las amigas acabarían odiándolo y ella no quería eso, era un buen hombre, y si discutían juntos el recuerdo, que ahora era luminoso, intenso, sobrecogedor y con ciertas capas de cariño, se volvería gris y tormentoso. No quería cruzar la línea del odio. Como todas esas opciones no le hicieron serenarse, empezó a moldear la que sería la decisión tomada, la meta a la que solo le faltaban varios pasos para llegar.
Su falta de memoria le recordaría siempre.
Se sentó frente al ordenador y comenzó a escribir sin rencor, llena de cariño.
"No vas a tener más remedio que soñarme...

martes, 6 de mayo de 2014

DON HILARIÓN Y EL CONTESTADOR

Los tiempos adelantan que es una barbaridad, decía Don Hilarión en la Verbena de la Paloma. Don Hilarión, ese personaje tan castizo que era un listo, se sorprendía de los avances. No quiero ni pensar qué asombro tendría a día de hoy. Me lo imagino, iPhone en mano, a tan "apuesto" galán dedicándose a buscar entre los perfiles de las redes sociales "cuál de las dos les gusta más". No sé que pensarían la morena y la rubia, por mucho que fueran hijas del pueblo Madrid, de los mensajes privados que Don Hilarión escribiría. Me queda la duda de si ellas tendrían twitter, supongo que sí, y decidido esto, si serían educadas y glamurosas  sin faltas de ortografía, o si pertenecerían al chonismo absoluto, el de las de selfies con morritos. Reconozco que aunque vestidas de chulapas no acierto a definirlas, las colocaría en el segundo grupo. Igual lo mío es pura maldad.
Seguro que don Hilarión tendría en su perfil una foto de Fassbender.
Aunque no lo parezca, yo sólo quería sorprenderme de lo rápido que evolucionan las cosas, y Don Hilarión se ha interpuesto en mi camino -algo querrá, igual ha visto mi cuenta de Twitter-.
Hoy en día, retomo la idea primigenia, la de que estamos avanzados, es fácil acceder a nuestra cuenta del banco de manera on line, unas claves (larguísimas), un entorno seguro y puedes realizar cualquier tipo de operación o de consulta. No sé si recordaréis, hace unos quince años, (que no es tanto tiempo), cuando la consulta se hacía de manera telefónica. La marcación te identificaba y una voz metálica y desagradable te daba acceso a unas operaciones muy limitadas, nada que ver con lo de hoy en día. En ocasiones la marcación no iba y entonces se suponía que te reconocía por la voz.  Había que cantar números principalmente. Nada complicado.
La centralita de La Caixa y yo sabemos la de rato que hemos estado juntas. Esa máquina fue mi mejor amiga. Hubo un tiempo en el que hablábamos tanto, (ella me decía "no le he comprendido, repita por favor"), que estuve a punto de hacerla madrina de mi hija mayor.
Parece ser que pese a que mi acento no es excesivamente andaluz y que me esforzaba en pronunciar todas las eses, ces y zetas, aunque no me comía ni aspiraba ninguna letra, sabiendo que mi dicción no tenía que envidiar a los vallisoletanos, no conseguía que me entendiera. Acabé pensando que era una conspiración digna de Cuarto Milenio, un complot por el que querían que los que marcábamos con prefijo de fuera de Cataluña, nos sintiéramos mal y la llamada al 902 se eternizara para aumentar su beneficio...Pensé que era una estrategia para sentirse superiores frente a los que pasábamos minutos creyendo que no sabíamos ni hablar.
Menos mal que les dio por avanzar y por fin me vi libre de la conversación con aquella que yo pensaba que era mi amiga, pero que en realidad me estaba utilizando, usándome para conseguir sus intereses. Ahora sólo tecleo y a veces repito los números en voz alta para darme el gusto. Lo que no tengo tan claro es si Don Hilarión tiene Twitter, por si acaso, voy a mirar...
 

lunes, 5 de mayo de 2014

INSOMNIO Y COLORES

La noche del pánico fue la que vino después de la noche de los suspiros. Si había que ponerle nombre al insomnio es mejor que sean literarios y hasta grandilocuentes. Es la opción de vestir de importancia el común trastorno del sueño. También es cierto que al denominarlas así, se clarificaba de perfectamente lo que sucedió en esas horas de oscuridad.
Cuando llegan esos días en los que los ojos se niegan a cerrarse, y que cuando se cierran, están más abiertos que nunca, las noches son ésas donde la cama se vuelve enemiga, la almohada un saco de arena de los que sirven para entrenarse en el gimnasio y las horas eternas.
La primera noche fue la de los suspiros, la presión en el pecho buscaba un escape, temblaba el aire en los pulmones como tiritando, y se iban hilvanando sin parar y casi sin descanso. Se podría decir que salía más aire del que entraba, a penas podía inspirar. Las lágrimas no salían a borbotones y sólo la pequeña humedad que el lacrimal iba destilando como si fueran gotas de oro, empapaban levemente las pestañas.
La segunda noche fue la del pánico. Se acababa el tiempo. Había tomado la decisión de esperar, y eso conllevaba estas dos noches de ansiedad, pero tras asumir que pronto habría que coger el toro por los cuernos y que desde ese mismo instante, tendría que aceptar lo que viniera, ya no quedaba la opción del suspiro, ya sólo había que intentar contener los nervios. Tarea inútil. Imposible. Sin dormir, sin haber descansado, con la cabeza sin parar de girar como una noria, agotada mentalmente y el cuerpo incapaz de rendirse, con la tensión manteniéndole en pie.
Pero llegó el sol acariciando la piel desde muy temprano y se echó a reír. Ni un segundo más de angustia. No esperaría más. Se acabó el drama. No se iba a permitir caer, ni siquiera tropezar. Era un paso atrás, tampoco iba a engañarse, pero cualquiera sabría a donde le llevaba ese camino, a lo mejor era lo que necesitaba. Ya había tenido duelo suficiente. El mundo seguía girando y no era cuestión de que pasara la vida en un lamento.
Era el día de pintar de colores el gris...

domingo, 4 de mayo de 2014

EXCUSAS

He empezado este post varias veces hoy.
He borrado y descartado unos siete comienzos y habré post puesto unas doce ideas. He mirado la libreta y no he sido capaz de seguir las notas que cojo durante todo el día, en cualquier momento, por extraña que sea la idea y absurdo que sea el instante -me he llegado a salir de la ducha chorreando agua-.
He intentado contar un cuento, algo alegórico, feliz y positivo, lleno de moralejas escondidas, de fe en el ser humano, de alegría de vivir. Intenté ponerme a hablar del día de la madre, de si se echan de menos cuando no están, si a veces somos capaces de entender a las nuestras y si eso cambia cuando eres tú la madre, si es un día más o si en el fondo hay que darle todo el bombo que una madre se merece, aunque se le quiera todo el año.
Me puse a escribir de las noches en las que sueño no viene, como me ha pasado a mi esta oscuridad pasada, y de los días en los que las risas son el anticipo de las lágrimas. He querido contar hasta que punto a veces las redes sociales son mágicas, y por qué hay personas que nunca fallan. Empecé a escribir del orden cosmológico de las personas: el escalafón social, y de los pantalones de flores.
Pero lamento decir que no he sido capaz. No consigo hilar ideas que estén al nivel que deberían, ni me veo capaz de plasmar toda la emoción que tengo hoy aprisionando la caja torácica. La lista de todos los sentimientos que se me agolpan es tan larga que creo que es lo que me tiene bloqueada de cuerpo, alma y mente.
Seguro que me estoy dando demasiado tiempo para oírme y me estoy excusando públicamente de por qué hoy no soy capaz de escribir. Ambas cosas no dicen nada bueno de mí, pero como excusa -otra vez- a lo primero, diré que soy muy poco de compadecerme y escucharme, le pongo fecha de caducidad a los dramas que me arrinconan y no me dejo llevar por la angustia más de unas horas (es que todavía no han pasado). Respecto a lo segundo, no tengo excusa para mi falta de concreción mental, me enfada y me desconcierta que las pequeñas grandes cosas puedan conmigo hasta el punto de no poder cumplir con una obligación que no es tal. Romperé una lanza en favor de mí misma, si es que se puede hacer eso, diciendo que aquí estoy dando la cara por ser tan poco capaz de sobreponerme al cóctel de emociones. No me doy mucho tiempo más, pero pido perdón por no estar aquí contando una historia, un cuento, una vivencia, una tradición.
Mañana ya no habrá más excusas, prometo que no tendré más presión, perdonadme la debilidad.
Sé que sois buenas personas, gracias de antemano.

sábado, 3 de mayo de 2014

UNA NIÑA NORMAL

Infinidad de veces me dicen que no supe ser una niña. En muchas ocasiones, cuando se habla de juegos, de maneras de enfrentar las tardes de merienda, de vivir las mañanas de los domingos y hasta de cómo debe comerse un helado, siempre hay alguien que me dice que no supe ser una niña.
Lo he oído tanto que no tengo ninguna duda de que no fui una niña normal. Bueno que no fui normal, ya que lo de niña al uso está descartado. Ya lo he asumido. En su momento no le di importancia, claro, sabes que perteneces al grupo de los niños, pero no te planteas si además hay que seguir un código de conducta. También depende de si tienes tres, ocho, once años...la infancia es larga y nos empeñamos en resumirla como si fuera un abrir y cerrar de ojos cuando en realidad, a esas edades, los días son años.
No aprendí a montar en bicicleta pese a tener una azul preciosa y brillante escondida detrás de una cortina, no entendía para qué servía jugar con muñecas (sólo les lavaba en el lavabo y después las dejaba reliadas en un toalla abandonadas en el bidé) y no tenía ningún tipo de adoración por las tardes en el parque.
Me gustaba pasear con mi madre, y cuando era muy pequeña hacerme fotos en los fotomatones de cortinillas grises, pardas, sucias. Disfrutaba de ver como el banquito subía y bajaba según girara hacia derecha o izquierda. Me subía, sonreía y corría a ver como salía la tira con mi cara de manera inmediata. Selfie mecánico y rústico aquél que me alucinaba.
Es cierto que hacía facturas y montaba empresas. Podía pasarme horas y horas leyendo, incansable, todo lo que caía en mis manos y pasaba la censura; hubo épocas en mi corta vida en la que la poesía era importante, como lo fueron las leyendas y más tarde el teatro costumbrista español. Es verdad que imaginaba historias hasta vivirlas en el presente inconcreto. No reniego de que no me gustaba el campo, sigue sin gustarme. No es mentira que me daba miedo entrar a oscuras en el cuarto de baño y que estudiaba sin necesidad de que me dijeran que debía hacerlo. Reconozco que dejaba los diarios a medias pero terminaba mis cuentos autobiográficos basados en ensoñaciones, pero yo no sabía que eso no era normal.
Lo que sí reconozco que era muy raro, y no me da vergüenza decirlo, eran las horas que pasaba envolviendo cosas. Cogía un folio y tres cosas, podían ser cualquiera: una libreta, un sacapuntas y una goma, por ejemplo. Usaba todas las combinaciones posibles y las posiciones. A veces usaba fixo, a veces no. Hacía bolsitas de papel o lo envolvía como si fuera el charcutero (lo que me costó aprender ese doblez), otras veces imaginaba que era un regalo...No tenía sentido, ni valía para nada, como un juego cualquiera de esos a los que jugaban los niños normales, bueno, no, que ya lo he aceptado: No fui una niña normal.

viernes, 2 de mayo de 2014

LIBERTAD


Se bloqueó ante la nueva vida, no sabía que hacer con la libertad que estrenaba. Nadie sabía que era un momento diferente y sólo observando con detenimiento se podía llegar a pequeños detalles de postura y comportamiento que no eran los usuales. No había un observador tan detallista, al menos no existía nadie que se fijara tanto en ella, como para saber que estaba estrenando algo más que una mañana.
En el fondo, que es como llamamos a la cara interna de nuestra manera de ser, temblaba. El tiritar subjetivo y profundo no deja rastro a simple vista, pero quien lo siente se tambalea pensando que lo puedan identificar. Un círculo vicioso de autoestima reducida: "no quiero que noten mi inseguridad y esto me hace sentirme insegura y debo disimularlo, y la falta de certeza que me produce saber si he conseguido engañar a los demás hace que la inseguridad se ancle, esa justo que no quiero que noten los demás".
"Vida nueva", se decía. Libertad, se repetía. Había roto las cadenas que le ataban a los pensamientos negativos, a la falta de alegría, al sufrimiento innecesario. No había necesitado ninguna voz que se lo dijera, ni tenía en quien apoyarse si se veía tentada por la comodidad de las cadenas. Los eslabones pueden ser soga de una horca, pero al ajusticiado le puede resultar familiar su tacto, quizás sea su costumbre, ya no se siente extraño soñando con su aspereza.
No quería mirar atrás ni para sentirse orgullosa de la decisión que había tomado. Le daba miedo, en el fondo, reconocerse en el ser gris que nunca quiso ser. Temía que el espejo del ayer le reflejara a una mujer apagada, hundida en la melancolía que la acabó poseyendo. Conocía las causas que le habían llevado a lo que ella misma denominaba "un alma en pena", y ahora, cuando las identificó y las hizo a un lado, no quería que el recuerdo le volviera a hacer sombra en el luminoso sendero que había estrenado.
Respiró hondo y sonrió con descaro al mundo que tenía enfrente. "¡Madre mía, qué de cosas me he perdido!" pensó, tengo que ponerme al día. Igual ya iba entendiendo mejor lo que significaba la íntima y buscada libertad.


jueves, 1 de mayo de 2014

DESORDEN

Hay días en los que toca ordenar el armario, nadie sabe qué mano despreciable lo alborota, y pese a que normalmente las cosas se guardan con cuidado y se cogen con el mismo mimo -quizás alguna mañana de prisas, con menos, pero a penas se nota-, un día miras el ropero y es un campo de batalla que Waterloo se queda en una tarde jugando con los click de Famobil. No sabes como ha ocurrido, pero no puedes evitar volver a colocar todo en su sitio, cuando eres consciente del desastre, ya no se puede disimular. Empiezas la tarea con paciencia y destreza; la labor no es nueva y se puede convertir en algo de trabajo de autómata con cierto don. Esto deja la mente libre. Incluso hay gente que disfruta con ello. Gente rara.
Lo mismo ocurre el día que a traición entra una corriente de aire en el alma que despeja la niebla, arremolina en una esquina la hojarasca y hace ver el desorden que hay. Es el momento que no acepta espera, como frente al desorden del armario, hay que remangarse y ordenar sentimientos. La tarea es ardua, dura y difícil. El sentimiento no es siempre romántico aunque hagamos esa asociación de ideas, hay frustraciones, anhelos truncados, esperanzas rotas, alegrías desbordadas, miedos, incertidumbres...El problema es que mientras se va colocando cada uno en su sitio se suele sufrir, los sentimientos son material delicadísimo, inflamable, a veces tóxico y en ocasiones el simple roce hace que la tormenta se desate. 
Cuando la angustia es demasiado grande, no se puede ni llorar. De la misma manera que se tienen palabras en la punta de la lengua, se notan las lágrimas ahí, en el lagrimal, incapaces de salir porque el conducto está atorado por la ansiedad de un dolor. Es un torrente que quiere y no puede salir. La tormenta que se ha desatado, es seca.
Un daño físico, mental, sentimental, racional, etéreo. La frustración ante el llanto en primera persona. Es difícil reaccionar cuando alguien se pone a llorar, el consuelo es instintivo pero no siempre se tiene claro como ayudar, qué decir, a veces simplemente se abraza al doliente, aunque a veces no se está en distancias tan cortas. Pero qué hacer cuando es un auto consuelo lo que se necesita, cómo ser lágrima y paño de ídem. Imposible. Es entonces cuando queda la lágrima en suspenso. La losa en pecho.
Ante esto, como si de un cólico se tratara, sólo se puede salir expulsando lo que hace daño, es decir, derramando las lágrimas con el riesgo de que no haya nadie para consolarte o para entenderte, y te ahogues en la marea incontenida, o quizás la solución se encuentre en dejar pasar el tiempo y que a base de esperar y aguantar el tirón, la angustia desaparezca, es un proceso largo y hay que ser valiente para aguantar tanto tiempo de tensión emocional.
Como creo que no hay manera de que las cosas no se desordenen porque tienen vida propia, vivo con miedo cada vez que abro mi armario (o mis cajones) e intento tener bien sellada el alma para que no se haga patente el caos que suele reinar. No es que sea ordenada, es que para enfrentarme a ciertas cosas, soy cobarde.