Pocas veces en su vida se daban días tranquilos. De reposo mental y sonrisa distraída. Nunca o casi nunca, conseguía evitar cualquier pensamiento que le trajera un mal recuerdo o un remordimiento. No necesitaba que fueran grandes tragedias las que le estrecharan el alma, sólo con saber que tenía ropa por planchar, se volvía ausente la total serenidad.
Pero estaba tranquila, con la conciencia tan limpia que casi podría decirse que su fulgor no la dejaba dormir. Sin embargo, esa misma luz de la conciencia impoluta, era una nana visual que invitaba al sueño. Un manera de dormir tan plácida, que al despertar tenía más la sensación de volver a nacer, que de recordar historias alternativas paseando por el subconsciente.
Presa del descanso limpio y reconfortador -no confundir con aquel que sólo produce boca pastosa y dolor de cabeza-, y frente a un inmenso café acompañado de bizcocho de canela, divagó entre los recovecos más felices de su cerebro, posándose levemente, como las grandes mariposas, por entre las flores. Una visión aérea, lenta, coqueta y completa de ella misma. Una visión general que sólo matizaba en cosas concretas que le hacían casi sentir escalofríos de ilusión, dulce añoranza o placer.
Cualquier observador anónimo la vería sonreír en soledad. Podrían decirle aquello de "un penique por tus pensamientos" y ella no habría sabido contestar con exactitud. Era un todo dentro de su mismo hilo mental. Pensaba en olores, y sentía imágenes. Vivía en el recuerdo y a la vez, traía a la memoria historias que no habían pasado, pero que podrían pasar.
Fue centrando sus pensamientos hasta convertirlos en razonamientos, comenzó a hilvanar proyectos, anhelando resultados certeros y próximos, la sonrisa se convirtió en mirada de grandes propósitos, y suspiró con el alivio que producen las ideas claras.
Miró a su alrededor y se encontró sola. Tranquila y feliz, quiso compartir en un primero momento sus próximos objetivos, pero calló, no buscó a nadie, fue prudente y egoísta. Si todo salía bien, si las cosas se encaminaban hacia una meta, entonces hablaría. Mientras tanto disfrutaría en silencio de la ilusión de las cosas nuevas, como esas niñas que miran en su armario un vestido nuevo, y deseosas de estrenarlo, se imaginan una y otra vez con él puesto.
Atraparía cada instante de preparación, grabaría en su memoria los primeros pasos, absorbería la fascinación de emprender esta nueva etapa. Era un pico emocional ribeteado de adrenalina, una sensación para no olvidar.
El café se había acabado, el plato estaba lleno de migas dispersas, las ideas estaban definidas, los proyectos en marcha, la ilusión renovada, la sonrisa discreta. Empezaría inmediatamente, el futuro no espera.
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