No es una cifra redonda de esas que celebramos con más contundencia, los veinte, los veinticinco...Tampoco sé quien decidió que la decena fuera la redondez. Intuyo que por la duplicidad de la cifra o el cambio de dígito, pero entiendo que es más por mor de la costumbre que de razonamientos matemáticos. A fin de cuentas, los huevos los compramos por docenas. Aunque asumo estar equivocada.
Supongo, queda un año para entonces, que el vigésimo año tendrá más peso. En realidad son pensamientos libres, no tengo ninguna constancia de que vaya a ser así. Esas rimbombancias, a veces, sólo son cosa de instituciones públicas, que no tienen otra cosa que hacer gastar nuestras aportaciones al erario público en conmemorar. Ya se ha cantado hasta la saciedad "que veinte años son nada..."
Pero ya anoche me acosté sabiendo que hoy serían diecinueve años, sin trípticos o panfletos que me lo recuerden, sin alarmas en el móvil, ni notas en el calendario. Tampoco está apuntado en mi agenda. Desde que despunta marzo lo voy sintiendo y el día seis no me queda más que respirar hondo, como si hubiera llegado por fin a meta. Ha pasado un año más.
En la mañana de hoy, pero de mil novecientos noventa y cinco, desperté de no haber dormido y pude despedirme de ti. Lo hice con todos los demás. Si alguna vez en mi vida me sentí parte de un todo, sin dejar de tener mi individualidad, fue entonces. Dijimos adiós cada uno a su manera. Ni mejores ni peores, sólo íntimos y subjetivos.
No fui consciente entonces nada más que del dolor sordo, de la lágrima silenciosa y de una profunda laceración del alma. Sin aspavientos, sin sonido, sin perder del todo el lado pragmático de las cosas o más bien, sin dejar de ser consciente de los pasos a dar. Serenidad en el ahogo y la presión del corazón. También fui capaz de reconocerme con el perfil británico heredado y aprendido por esa línea sutil y fuerte que es el traspaso de generación en generación.
No imaginé que tanto tiempo después, me parecería que fue ayer. Que mis ojos sigan viendo el momento y mi recuerdo sea una manera de no bucear en el pasado sino en el presente, porque para mí no te fuiste, no del todo. Siempre estás aquí.
Podría gastar las letras varias veces para decir de ti y retratarte en palabras, pero me quedaría corta. La verdad más contundente, no necesita tanto por decir, es sencilla. Te echo de menos de Belo.
(A mi abuelo)
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