sábado, 5 de abril de 2014

PREGUNTAS

Mil millones de preguntas tienden a agolparse en la punta de mis dedos. Durante el día me surgen miles de dudas, no sé a los demás, y espero que a vuelta de correo, como los antiguos, me diga alguien si nunca tiene cuestiones que hacerse, o por el contrario, así a mi estilo, vive en las eternas interrogantes.
A veces me las hago en voz alta. Lo hago cuando estoy sola, para que no piensen que estoy peor de lo que estoy. Y si hay gente, las hago a media voz, contándome un secreto.
La mayoría de las ocasiones son interpelaciones sin sentido, me surgen sin venir a cuento y ni siquiera les busco respuesta. Cuando hablo conmigo, lo importante es darme cuenta de que necesito esa interrogante, que me nace una duda, lo de menos es la conclusión a la que pueda llegar. A éstas, las respuestas, muchas veces las abandono como los malos dueños de perros al llegar el verano, salgo perdiendo en la comparación, lo sé. Pero es lo cierto. No me vuelvo a acordar de ellas. Porque si algo tienen las preguntas, no es el la respuesta, aunque parezca que este es su fin último, es la recurrencia. Y cuando se repiten, como un estribillo de canción de verano, es cuando escarbo en mi memoria por si la última vez que me pregunté, conseguí contestarme, y la mayoría de las veces no encuentro tampoco el recuerdo. Acabaré llamándolas mis pequeñas boomerang. Tampoco importa que me las haya contestado e incluso que recuerde la respuesta, porque me puedo dar el mismo mil millón de respuestas distintas por cada mil millón de preguntas.  
Me gustaría, un día, poder hacerlas todas, o muchas, o bastantes, pero entre las cosas que he aprendido a la hora de escribir, -y las he aprendido porque me las han enseñado-, es que nunca se hacen preguntas más allá de los diálogos, y que las exclamaciones hay que restringirlas porque resultan de redacción de cuarto de primaria. O eso me dijeron. Y como me lo dicen lo más grandes pues no soy nadie para cuestionarlo.
Pero la duda queda, eterna, distinta, porque lo que me queda es el sentimiento de interrogación. La sinuosidad de la grafía, encajada en mi ser. La inquietud es constante. En realidad lo que me sigue pegado a los talones, como una sombra indiscreta, es el sentimiento de querer saber, sin la necesidad de querer conocer. Porque además de todo, como otras de mis rarezas, no me hace falta la respuesta, porque no soy curiosa.

1 comentario:

  1. Muchas veces el no preguntar no se interpreta como buena educación o que no se es curiosa, sino como que a la persona en cuestión ya no le interesas nada, a veces las faltas de preguntas duelen

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