martes, 29 de abril de 2014

LA ILUSIÓN

Quiero ir a un sitio.
Lo tengo claro. Es firme el deseo y traslúcida la convicción. Lo llevo pensando varios días, disfruto dándole vueltas a la idea, invento, imagino hasta sentir mi piel erizada. Estoy segura de que lo voy a conseguir, porque soy tozuda y tengo algo de caprichosa higness.
Las cosas para que sucedan, sean las que sean, y lo hagan con plenitud y absoluto disfrute deben conocerse desde antes de que se den. Sí, la espontaneidad está muy bien, pero está sobrevalorada. Hay un inequívoco placer en preparar las cosas, los preliminares de un viaje, de una cita, de unas compras...
Encuentro placer incluso en el momento en el que venciendo a la pereza, la que en ocasiones anida en mí,  comienzo a prepararme un café. El café para mí es manjar de dioses, no sé que sería mi vida sin él. Me enfrento a la cafetera como un alquimista, como un destilador de alcohol ilegal. Repito mecánicamente los pasos pero siendo consciente de mis movimientos. Voy paladeando el sabor mientras huelo los granos molidos al caer,  siento en mi boca un sabor que aún no está, anticipándome. Vuelco el agua, esperando impaciente que se convierta en placer de ébano. Y al poco tiempo, su aroma extendido por toda la casa me va preparando para el fin último. Elijo la taza con cuidado, cada estado de ánimo se merece un recipiente distinto, y por fin sirvo el café. Lo cierto es que pienso todo eso la mayoría de las veces y el resultado, una vez estoy sentada con mi taza en la mano, es el doble de placer. Cada sorbo ha sido previamente disfrutado en la espera. Es un café con preaviso.
Existe la ilusión. Entre todas las cosas que se fomentan, poco se habla de la ilusión. El estado de enajenación mental que ensancha el alma y la llena de suspiros de placer. Las ganas de bailar en soledad incluso derramando alguna lágrima. El cosquilleo clavado en la boca del estómago. La sonrisa indiscreta, que se deja ver hasta en los momentos menos adecuados. Los ojos brillando y la luz en el rostro. Las irresistibles ganas. Querer que avance el tiempo y a la vez disfrutar de todo lo que conllevan esas vísperas. La ilusión como bandera. La ilusión como forma de vivir.
No tiene que ser por algo nuevo, puede ser por un reencuentro, por un  pequeño capricho o por algo inmenso. La cuestión está en disfrutarlo y llenarse de ilusión consciente y cuando llegue el momento, no haya nada que interrumpa el instante de bebérselo a tragos grandes porque esa es la única manera de que, pasado el tiempo, el recuerdo sea casi una evocación literal, una realidad etérea, un volver a sentir...ilusión.

1 comentario:

  1. Me identifico con todo lo que has escrito, me gusta posponer las cosas que se que me harán disfrutar porque así las vives dos veces, primero con la ilusión mientras las imaginas y luego cuando al fin las llevas a término.
    Me has hecho disfrutar leyendo esto, gracias!!

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