domingo, 10 de noviembre de 2013

SR. CARTERO POR FAVOR...

La generación de adolescentes actuales tienen un abanico de posibilidades que jamás pudimos soñar los anteriores. Y no me estoy retrotrayendo a los adolescentes de la postguerra, ni a los de los años sesenta corriendo delante de los grises que evidentemente la comparación es obvia; me refiero a mi generación, que sufrió los cambios hormonales entre los ochenta y la primera mitad de los noventa. Aquellos que incluso nos llamaron JASP, jóvenes aunque sobradamente preparados, y que visto lo visto lo que nos tenían que haber preparado es para ser capaces de aguantar mentalmente con fuerza una situación de desempleo por muchos títulos o experiencia que tengas...pero eso es otra historia.
El adolescente de hoy tiene los recursos infinitos que le presta la red de redes, que dicen los entendidos, tienen un teléfono en la mano, mensajes "gratis", fotos instantáneas...todo. Que esté mejor o peor utilizado no es culpa de las herramientas, sino del teenager en cuestión, que por desgracia el tema se presta a cierta hipocresía...lo que antes era "mi niño no ha sido, han sido las "junteras"" ha pasado a ser "la culpa es de internet".
Las relaciones sociales son mucho más abiertas y fáciles ahora, incluso con sus profesores del instituto o con alguno de sus ídolos, una vez tienen un correo electrónico, una cuenta en una red social o un número de móvil, ya no hay más de lo que preocuparse. Bueno, sólo de tener un wifi cerca.
Mi generación aún esperaba al cartero sobre todo después de algún amor de verano, la emoción al acercarnos al buzón y ver un sobre si que puede compararse con ver un mensaje de whatsapp o de la aplicación que sea, pero luego venía una segunda parte, leer a escondidas, conocer su letra (a veces descifrarla), lo que te decía y cómo te lo decía...y luego guardarlas para acabar memorizándolas, buscar una caja, un apartado privado fuera de miradas curiosas donde acudir a releer...eso ya no lo tienen. Y si encima el escritor epistolar era considerado un pérfido truhán entonces...había que aprenderse el horario del cartero, casi sobornarlo para que te diera la carta en mano y que nadie se enterara de que ese chico al que en casa le habían puesto mala cara, aún seguía siendo un loco enamorado, ahora remitente impertérrito en la parte de atrás del sobre.
Lo de hablar por teléfono ya podía ser considerado como algo de un nivel superior, sobre todo si estabas -como era mi caso- en un colegio femenino, porque no había, en principio razón, para que te llamara un chico por teléfono, así que primero te tenías que lanzar en plancha cada vez que sonaba para que no lo cogiera ningún adulto lleno de preguntas, y después esconderte convenientemente entre risas, nervios y rubores. Y eso si tenías la suerte de que los inalámbricos hubieran llegado a tu casa o hubiera más de un fijo. Otras veces era pura estrategia, una cabina de teléfono (¡qué cosa más antigua!) y una amiga solícita a conseguir que los dos enamorados pudieran decirse alguna palabra ...y eso dependiendo de lo que duraran los cinco duros o de que no llegara alguien a decirte que necesitaba el teléfono.
Esos nervios y esos recuerdos, la caja de cartas siempre queda, no la tienen ahora, personalmente les diría que aunque ya no fuera necesario comprueben la experiencia de lo que es tener un sentimiento que seguramente no durará toda la vida, aunque lo parezca, escrito de su puño y letra.



2 comentarios:

  1. Hay las cartas, si te digo que tengo guardadas las de Angel de la mili, 30 años las contemplan, miraba el buzón a diario. Ahora solo firmamos si vamos al banco a sacar dinero y poco más, Una pena no sabemo sni escribir.

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  2. A la vista está, me salta hasta el teclado.

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