sábado, 9 de noviembre de 2013

EL QUE ODIA

Entre las frases que le he oído repetir a mi madre, que ya quisieran Jodoroswky, Cohelo y Benedetti juntos sentenciar como ella, está la de: "Quien odia es el que pierde porque el odiado ni lo sabe, y vive feliz y ajeno al odio que fomenta"
Es cierto que a veces el odiado es plenamente consciente de que no es santo de devoción de muchas personas, como Cristóbal Montoro, pero o le es indiferente o incluso le dá algo parecido al gustito. Las perversiones humanas creo que son tan infinitas como el tiempo, los números y el espacio. Todo junto.
Acabo de leer en la Tercera de ABC a Hermann Tertsch, que no siempre es santo de mi devoción, pero hoy es muy descriptivo de manera bastante notable. Cuenta como se destiló odio con frialdad absoluta en la Alemania nazi y como la noche de los cristales rotos fueron vidrios reventados en silencio, como si hubieran caído en la moqueta o en una carísima alfombra persa. Dolor mudo. El ser humano es capaz de las cosas más nobles y honestas pero también se vuelve una persona cruel y despiadada por unos ideales o un odio exacerbado.
Yo, que soy incapaz de dilucidar nada en psicología o en psiquiatría, no se donde está la diferencia entre el punto de locura o de maldad, no tengo nada claro si el asesino que pone una bomba en Hipercor es perverso o está enajenado con una utopía nacionalista legal, chupiguay y siempre en superávit. No comprendo como desde la mesa de un despacho, alguien ordena destrozar la vida de cientos de personas en pro de una nación y en base a un odio a determinada religión o siglas políticas, y si no entiendo eso, menos aún puedo comprender como hay un coro de seguidores que no solo comprenden y aplauden la moción, sino que también la secundan y ejecutan.
Un día fueron los nazis, otro los dictadores de izquierda comunistas, troskistas y lennistas, hoy es Cuba o es China, ETA o el terrorismo islámico, son países africanos con niños soldados, niñas sin derecho a la educación o mujeres a las que le prohíben conducir...se supone que el poder es cegador, absorbe, cambia, pero me temo que en estos casos no es cuestión de ceguera sino de ser muy hijo de puta.

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