Soy persona de vivirlo todo intensamente, vivir las emociones a pleno pulmón, entregando el alma para cada circunstancia. Sean importantes o mínimas, intento vivir al mil por mil y hasta cuando no hago nada, procrastinar que se dice ahora, flojear que se decía antes, lo disfruto.
Las circunstancias a lo largo de los días - ni que decir de la vida - pueden ser de todo tipo, las buenas las vivo como lo mejor y las malas...con la misma intensidad sólo que me obligo a que dure poco, a coger lo positivo si lo hay...y si no lo hay batallar por la Esperanza o la resignación.
Esperanza con mayúsculas, si, porque es uno de los estados de ánimos más satisfactorios. Sabes que puede que no haya remedio...pero también confías en que eso que tanto deseas se consigue, se da, se produce. Y sin engañarte a ti misma, positivizas (no me gusta mucho usar esta palabra) una realidad adversa.
Es cierto, que viviendo intensamente pueden tacharte de ilusa, de nerviosa, de histérica o de ir acelerada por la vida, pero no es cierto, cuando corresponde se puede ser serena, tranquila. Hay que saber dominarse y elegir no hacerlo.
Conforme más años cumplo, treinta y ocho en el horizonte atisbo, más cuenta me doy de que no existe peor condena que la de arrepentirse de lo que no se ha hecho. Las decisiones tienen consecuencias, las elecciones tienen riesgos pero es para mi mucho más satisfactorio un "lo intenté" antes que un "fui cobarde". Lo suyo es llegar al final del camino, mirar a atrás -por primera vez- y decirse así mismo: he vivido.
No es un valle de lágrimas ni un jardín de rosas, es la vida exprimida hasta su última gota, es bailar al ritmo del corazón (cuando se acelera y cuando "se paran los pulsos"), es seguir el instinto sin perder de vista la mente, es ser fiel a uno mismo aunque a veces, de tanto subir y bajar, se deje un poco sí en el camino.
Lo comparto.
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