Sonrió al camarero con la cortesía justa mientras solícita pedía un café con leche, grande, doble de café, leche desnatada...no, no quería sacarina. Aún no entendía porque el gremio de los camareros entendía como en un todo que si querías leche desnatada inevitablemente necesitabas sacarina...ella no quería ni edulcurante ni azúcar...simplemente odiaba el sabor de la leche entera, le resultaba un sabor graso y perpetuo...no había un motivo de dieta. Que a lo mejor debería, pero no era el momento de ponerse a adelgazar.
Miró a su alrededor con el hábito de la curiosidad más que del interés y descubrió un señor con su perro y un periódico en papel, y aún sin retirar, en otra mesa, una taza de café y un vaso junto a un botellín de batido. Una madre y un hijo, pensó, raro por ser horario escolar...igual se equivocaba en su predicción y en realidad era un ejecutivo agresivo imbuído en el mundo de la leche chocolateada.
Resbaló suavemente por la silla y miró a su derecha, inmóvil su útil de escritura, que ya no eran papel y pluma...¡cómo han cambiado los tiempos! le dio pereza y no lo volvió a mirar, se veía en ese instante incapacitada para ponerse a escribir.
Esperó tranquila su café, se felicitó de que lo acompañaran con un vaso de agua y dio las gracias. Bendita buena costumbre.
Su hilo de pensamiento fue entonces libre y éste vagaba por sus recuerdos y sus deseos, la concatenación de sensaciones la llevaba por senderos conocidos y en el fondo esperados, pero las preguntas se le iban de las manos y conocía bien la horrible resaca que dejan las cuestiones de sinceras respuestas.
Nunca tuvo remordimientos ni reparos por los pasos que fue dando, las cosas solía reflexionarlas y si no había tiempo...optaba por la mejor de las opciones que se le planteaban. O la que creía que era la menos mala. Aún así, en esa voz íntima que es la conciencia alguna vez se preguntó si se estaría equivocando o si se había equivocado.
Al mundo lo mueve el amor, reflexionaba, pero lo dudaba, quizás la ilusión, el compromiso...o la envidia. Lo que si tenía claro es que nada da más dolor de cabeza que una ilusión. Se sentía independiente, mujer de mundo, una profesional, alguien que se había prohibido sentir cualquier tipo de emoción que le hiciera sentirse vulnerable...alguien que no hacía más que saltarse su propia prohibición a la torera.
¡Qué ridiculez!, estaba ilusionada como una adolescente, feliz, pendiente, era incapaz de decir que estaba enamorada, imposible verbalizar la palabra y aun menos asumirla. Sabía que es cuestión de genes, ADN masculino, seres que llevan en la sangre ligar, conquistar, buscar la sonrisa de su víctima...y una vez la consiguen, la olvidan. Siempre fueron como niños encaprichados de un juguete que luego muere en el olvido del estante cubierto de polvo.
Las mujeres, hasta las más frías y calculadoras, eran víctimas en ocasiones de lo que evitan e incluso critican en las demás: "Caen como tontas" "Allí va otra" "¿No sabe ya cómo es?" Y de repente sin saber cómo traspasan la línea, se convierten en la tonta que conoce como son las reglas del juego y sin embargo acepta el envite sabiendo que sólo puede perder.
Apuró el café y cogiendo el bolso miró la parpadeante luz del móvil...un vuelco al corazón y al mismo tiempo un íntimo reproche...pagó su cuenta y ya de pie bebió rápido y de un trago el vaso de agua, y con él se planteó algo parecido a un acto de contrición. No miraría el mensaje aún. Valía demasiado para verse caer, no sabía cuánto duraría la voluntad pero mientras tanto, se sentía fuerte.
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