Llevo varios días oyendo hablar de soledades, de las acompañadas y de las individuales, de quien se siente solo rodeado de gente y quien busca la soledad, de intrépidos forajidos del distanciamiento social y de afanosos conversadores solos por necesidad.
Es antropológicamente indiscutible que el ser humano es un ser social, necesita de otras personas para crecer, para sobrevivir, para avanzar en sociedad, para procrear y para al fin tener alguien que dé el último empujoncito en el crematorio o la ultima palada de arena en la tumba.
Hay ermitaños en las ciudades, gente que sabe aislarse del mundo y que son felices en el parapeto que crean, a duras penas saludan cuando van al super por el sustento necesario y acuden más al veterinario que al médico pues confían que alguien acostumbrado a la ínfima comunicación que tienen los animales pueda diagnosticarle sin necesidad de contar sus penalidades. Ahí acaba su interacción con los seres de su misma especie.
Hay personas en pequeños pueblos o aldeas que se han acostumbrado a vivir con el bullicio del silencio y la compañía perenne de pocos habitantes más donde la noticia sería el aumento de natalidad, y la cotidianeidad solo se ve levemente modificada si alguno muere porque hay que acudir a una misa de difuntos.
Pero hay otra soledad que es la impuesta, la que aunque no se quiera disfrutar se tiene, y de la que te das cuenta muchas veces cuando las personas, sobretodo mayores, te cuentan intimidades, vivencias, recuerdos, anécdotas y hasta enfermedades simplemente porque has cruzado distraida la mirada con ellas o has coincidido en la cola del pan. Notas su necesidad de querer participar de este mundo donde la vorágine nos hace volvernos más autómatas, no quieren quedarse fuera del futuro, y aunque sea a codazos se adentran sin invitación en conversaciones, huyendo del silencio de las salas de espera o en la parada de autobús. Son incansables en su necesidad de sentirse acompañados.
Lo más doloroso son cuando mueren solos, nadie los echa de menos, y la última vez que consiguieron que le prestaran atención fue cuando el hedor hizo de altavoz de su realidad.
.... ¡ Y tú sabes tanto de eso !
ResponderEliminarhay hasta quién es capaz de romper su enfermiza e inexplicable soledad, hasta para esa persona misma, por ti
No puede haber peor dolor que la muerte en soledad .Esa soledad no deseada,la que no queremos y en ocasiones nos damos de bruces con ella es el peor de los castigos que nadie puede tener.
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