domingo, 25 de marzo de 2012

UN MAL DÍA

Un estruendo de cacerolas retumbó por el patio de luces del edificio, el sonoro desperfecto llegó a parecerse más a un solo de batería que a un desastre doméstico.
Si hubiera sido otro día hubiera sonreído pero tal y como estaba encauzada la mañana, su gesto fue una pura interjección malsonante sin necesidad de sonido.
Nada más despertarse se dió cuenta de que el despertador no había sonado ...fundamentalmente porque no lo puso por la noche, y ya iba una hora tarde, en medio del aturdimiento puso los pies directamente en el suelo, un suelo helado que le hizo abrir los ojos de par en par, encoger las piernas a la altura de los hombros, sentir un escalofrío y buscar las zapatillas urgentemente para librarse de la congelación, incluso miró sus dedos por si había que amputar.
Al lavarse la cara lo hizo con el agua fría más bien por costumbre que por ganas y al alargar la mano para buscar la toalla se encontó con un vacío que le hizo ir goteando y en una postura algo simiesca a la búsqueda de una toalla, albornoz, pijama, bata o lo que fuera o fuese, seca.
Luego vinieron el café frío, la leche por fuera del cazo, las tostadas como Antonio Machín cantando "Angelitos Negros" y el corte de gas en mitad de la ducha.
Ahora iba a la cocina y sabía que se le quemarían las lentejas, ponía los ingredientes con una resignación de mártir algo cómica... si alguien la estuviera observando. Miró el cuchillo con cierta desesperanza y lanzó una mirada suplicante al botiquin. Ojalá haya agua oxigenada.
Sonó el timbre y se volvió con una mezcla de esperanza y de salvación, como si sonara en el cuadrilátero y ella fuera la boxeadora noqueada, se le cruzó la fugaz idea, el temible pensamiento de que esa llamada le estropearía aún más el día, pero sin embargo fue hacia la puerta limpiándose las manos en el delantal, arreglándose el pelo ante un espejo imaginario y dando unas voces indignas de su edad, sexo y condición....
Al abrir la puerta no vió al cartero, ni al conserje de la finca, tampoco a la señora que limpiaba las escaleras, ni siquiera eran unos Testigos de Jehová, o el jovencito agresivo a la venta de un seguro. Vio a un oficial de policía, uniformado y sonriente.
Entonces se percató rápidamente de su necesidad de peluquería, sus zapatillas de estar por casa, su delantal arrugado y con manchas, sus manos mojadas y su viejo jersey de estar por casa.
El policía seguía sonriendo, metió la mano en su bolsillo y le entregó abierta una cajita pequeña, forrada en terciopelo negro por fuera y en raso rojo por dentro....dentro un anillo, precioso y brillante...
A ella sólo le ocurrió pensar en cómo puede cambiar el curso de un día.

2 comentarios:

  1. No me deja comentar,pero como este salga me voy a ajrtá de reír!!

    Me ha encantado por su extrema sencillez,por cambiar a la mujer sofisticada y mundana que normalmente describes por la simple ama de casa sufrida y frustrada.

    Mari Carmen Díaz Guerrero.

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