sábado, 8 de febrero de 2014

DEFRAUDAR

Aunque parece que ya estamos más avanzados, la verdad es que todavía no se habla con normalidad de los sentimientos. Quizás sea que el sentir, como acto íntimo y subjetivo, lleva aparejado cierto grado de incomunicación. Puede que la naturaleza de lo que sentimos sea la del silencio.
Es cierto que hemos superado algunas barreras. A Dios gracias, las mujeres que sufren maltrato van a denunciar, los niños no temen a sus padres y hay amigas (o amigos) que no prejuzgan y saben consolar, sobre todo en tema de amores. Pero hay temas que no se abordan y si se hace es de puntillas. Todos los sentimientos que llevan anudada la vergüenza.
Yo no sé si a los demás también les pasa. Supongo que también podríamos establecer diferenciación entre la teoría y la práctica. Soy una firme defensora de que en teoría todos conocemos cómo quisiéramos ser y cuáles son los valores que nos gustarían que nos adornaran. Otra cosa es que consigamos tenerlos.
Yo, en la teoría y en la práctica, odio defraudar.
Creo que es de las cosas que más me atormentan. Me quita el sueño, me desliza las lágrimas. Saber que alguien espera algo de mí o merece un comportamiento determinado por mi parte, y no ser capaz de hacerlo me desgarra el alma. No me importa que mi inactividad (o error) haya sido queriendo o sin darme cuenta. Me da igual que me haya esforzado, incluso por encima de mis limitaciones personales, si al final no he acertado, me hundo.
Soy consciente de que hay personas que no miran lo que piensan los demás, sé que hay cierta autocomplacencia sobre los actos propios. "Yo he hecho lo que he podido". "Esto es lo que hay, al que no le guste que no mire". "¿Cómo voy a saber lo que quieres si no lo dices?" "Lo hecho, hecho está". Yo reconozco haber caído alguna vez en esto, sobre todo si no afectaban a nadie o yo no les daba importancia. A posteriori, en ocasiones, me di cuenta de que sí que afectaban o que eran importantes, y entonces surge el remordimiento.
Sí, es remordimiento, pesar, angustia, vergüenza...Es una amalgama de sentimientos de culpabilidad y sonrojo interior que me paraliza. Pese a mi mala memoria (selectiva, dicen algunos) esos momentos no los olvido nunca. No es por orgullo malherido, no es por odio a quien me afea o me recrimina con cariño una mala conducta, no es porque me haya molestado una mirada de desencanto...es la horrible losa de haber fallado a quien no lo merecía.
Supongo que a alguno de los que me leéis aquí os habré fallado alguna vez. No tengo excusa. Sólo os pido perdón y gracias por seguir ahí, pese a todo.

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