miércoles, 24 de octubre de 2012

CON EPÍLOGO

Acurrucada en su abrigo caminaba entre la lluvia de las calles, miraba todos esos escaparates llenos de luces que le invitaban más a pararse delante de ellos que a entrar a comprar. Una vez dentro de la tienda, al mirar hacia atrás, lo que nos había parecido casi mágico no era más que atrezzo y lo que nos dejó perplejos y sonrientes, medio helados entre adoquines resbaladizos, no era más que cartón piedra y purpurina.
Siguió su paseo meditando un buen regalo, era este su momento favorito, pero no era fácil: algo que no fuera demasiado caro, que demostrara conocimiento de la otra persona, tolerancia a sus gustos, respeto por sus pasiones...y a la vez que le gustara a ella. Algo elegante y sutil. Para completar el regalo buscaría una frase para una simple tarjeta, nada de mensajes pre-escritos ni dibujos grotescos. Escribiría algo corto, pocas palabras y mucho por sobreentender.
Tuvo una idea, quien la observaba en ese momento se dio cuenta que sonreía. ¡Ya lo tenía! Lo complicado es que no sabía absolutamente nada de ese tema. Tendría que buscar información, pedir ayuda. Se documentó mientras tomaba un café, -bendito wi-fi-, y con el calor de la taza aun en sus labios volvió a la calle con prisa y su pequeña nota de papel donde había anotado explícitamente lo que tenía que pedir. La llevaba en el bolsillo, arrugándose tal vez, pero apretada como si así pudiera librarse de que se le escapara la gran idea. Había buscado el local ideal para comprar, estaba cerca de donde ella se encontraba y lo enviaban a domicilio...necesitaba la frase...para la tarjeta. Entonces comenzó a relentizar el paso buscando las palabras y...sucedió, lo imaginó y supo lo que querría decirle si lo tuviera enfrente mientras le daba el regalo.
El tintineo de la puerta al abrirse le descubrió ese mundo del que aún no sabía nada pero en el que acababa de introducirse. Pese a su decisión se dejaría asesorar, no querría equivocarse. Sólo había otro cliente, la atendían con mucha profesionalidad y entrega, tenían una charla cordial y comercial mientras  envolvían un regalo del que, por más que intentó ver, no fue capaz de descifrar.
Esperó, aspiró el olor a serrin con el que antiguamente las pequeñas tiendas recibían a los compradores los días de lluvia...¡hacía tanto de aquello! Ahora se daba cuenta de cómo le gustaban esos pequeños comercios, ¿porqué no iba má a menudo? siempre atareada acababa comprando en centros comerciales donde a base de prisas, tickets para cambiar y tarjetazos iba solucionando problemas. Pensaba si, ponía interés en cada regalo que hacía, pero ni punto de comparación al día de hoy..claro que le estaba dedicando toda la jornada y eso no siempre podía conseguirlo.
Una agradable voz le sacó de su ensimismamiento ético con el pequeño comercio, y ella procedió a contarle entre feliz y algo avergonzada el por qué y el para quién, los pasos que había dado, necesitaba, sobre todo, que esa dependiente que tanto sabía y que le esuchaba interesado supiera cuál era la importancia de ese regalo.
Finalmente había acertado con sus pesquisas y salió de la tienda con una bonita sonrisa, satisfecha, el regalo lo enviarían ellos, eso le dejaba un poco huérfana pero entusiasmada. La tarjeta la había escrito alli mismo, sobre el mostrador. El vendedor discretamente se había distraido sin necesidad en otras cosas para que ella tuviera la intimidad de hilvanar con su letra algo confusa y deformada esa frase con la que quería que sintiera algo parecido a la felicidad.


EPILOGO.- Seguramente en un mundo normal, el regalo no le hizo ilusión, a lo mejor lo agradeció y nunca le hizo más caso que para quitarle el polvo o moverlo de lugar....pero a veces es más bonito que el mundo fuera el que soñamos...Aún asi la belleza de los finales abiertos hacen que puedan darse cualquiera de los imaginables y así el texto entra en el prisma de los colores como luz blanca, y sólo es cuestión de elegir...


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