A
Elena le sonó el teléfono como si fuera una cadena de montaje de la
siderurgía del siglo diecinueve en plena revolución industrial en
el oido, puro ruido. A tientas levantó el auricular y oyó una agradable voz :
"Señora Cifuentes, son las siete y media, le deseo un buen día"
Agradeció de alguna manera el servicio prestado y abrió los ojos
sabedora de que si los cerraba se quedaría de nuevo profundamente
dormida.
Más
despejada, consciente de la realidad que le rodeaba despertó todos sus sentidos y lo
supo, lo sintió en el estómago encogido, en el corazón hecho un
guiñapo, lo supo y lo apartó, dejó de lado ese sentimiento que le
hacía enfrentarse al día de una manera gris y triste. Fuera el
cielo era tan azul que sería injusto vivir en blanco y negro.
Se
duchó y aprovechó el momento para frotar con fuerza sus piernas, sus brazos, su cuello...como si las
penas y los malos presentimientos fueran cuestión de epidermis, y
buscó el cobijo que la ducha de hidromasaje cromada le ofrecía, al
pasar el agua por su rostro, podría camuflarse una posible lágrima, si la hubiese.
La toalla, cálida, esponjosa, pesada y grande le dió un abrazo que
le hizo estremecer.
Sabía
que había acabado, no podía engañarse, se acababa un fin de semana
de restaurantes increíbles donde el lujo no estaba en comidas
manoseadas y pequeñas, sino en cubiertos de plata y platos de
alimentos con sabor real, copas en locales elegantes y desayunos
coloristas y divertidos.
Terminaban
las miradas, las caricias, las risas, los besos y las horas y horas
de conversación, hasta en estos momentos no podía dejar de sentir
dentro de su corazón una mezcla de verdadera admiración, amor y
nostalgia por quien durante tanto tiempo le hizo compañía, le hizo
sentir.
Pero
había más, Elena lo sabía, no sólo era el fin de un elegante y
romántico fin de semana, había algo en el ambiente, en sus huesos y hasta en su manera de respirar. Lo volvió a sentir
cuando lo vió alejarse en dirección a su vida, aguantó más o
menos en ese momento con una entereza fingida y apostada e incluso se
permitió mantener la dureza de sentimientos cuando quedó sola y el
espejo le devolvió el eco del alma.
Se
despidió del encantador personal del hotel y esperó que le trajeran
su coche, la famliaridad del lugar, su refugio, su intimidad, le hizo
tambalear su firmeza pero el elegante portero del hotel le sonreía y
le deseaba un buen viaje, asi que salió en dirección a la autopista
con relativa facilidad y entereza.
En
su mente se unían conversaciones con imagenes, sonidos, olores, y
las lágrimas resbalaban hasta su barbilla, las gafas de sol la
parapetaban conta el mundo, un mundo que ahora mismo sabía que ella
existía, pero nadie le prestaba atención, estaba sola, más sola
que nunca, se sentía desamparada y sonó una canción, ni siquiera
era "la canción", esa que rápidamente la hacía vibrar,
era una canción de tantas, pero tuvo que echar el coche al arcen a
llorar cómodamente, convulsivamente.
Poco
a poco volvió a tranquilizarse, asumiendo la realidad y miró al
móvil que no iba a sonar, se tragó su dignidad y escribió un largo
mensaje, ni siquiera sabría si lo leería pero esa botella lanzada
al mar le daba consuelo, si lo pensaba fríamente no tenía más que
un sentimiento de pérdida pero él no le había dicho nada, no
habían roto la relación, pero entonces le sonó la conocida voz en
su oido, las palabras que tanto le repitió: "Nena, el día que
se acabe te darás cuenta porque me esfumaré, no me gustan las
despedidas, odio el drama de las rupturas, me evaporaré" se
escuchó a sí misma suplicante "No me hagas eso, sabes que soy
torpe, dímelo, déjamelo por escrito, pero no me hagas adivinar"
...y su sonrisa.."No Elena, no lo haré, podría prometertelo,
jurartelo ahora mismo con la mano en el corazón, avalarlo con mi
amor, pero el día que suceda, si sucede, sé que no lo haré"
La
canción hacía tiempo que terminó, la carretera le esperaba, el
horizonte estaba ahí, siempre estaba, volvió a ponerse las gafas,
encendió el contacto del coche y continuó su ruta, su camino, el
que estaba trazado, el que le era familiar y seguro, lo que sucediera
a partir de ahora puede que fuera nuevo, puede que no, pero ella ya
no era la misma, algo había cambiado, lo sabía, igual que lo supo al
despertar.
(Sin más, ni menos, motivo que la gratitud por leerme, le dedico este pequeño relato a Mari Carmen)
(
¡ ay Elena !, me ha gustado mucho, muy bien narrado, se siente
ResponderEliminarUna historia real como la vida misma, me encanta Rocio.
ResponderEliminarEn su día no tuve acceso al blog para comentarlo.Como ahora si me deja te quiero dejar aquí mi mas sincera gratitud. Un abrazo!!
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