viernes, 16 de mayo de 2014

www.15gotas.com

Hoy es un día emotivo para mí. Disculpadme si las ideas me salen un poco desordenadas. Hoy tecleo a golpe de corazón.
Ayer fue la alegría, la preocupación previa, el trabajo, los nervios, un ataque de estrés que me provocó una jaqueca. Hoy toca la parte sentida y supongo que derramaré alguna lágrima. El exceso de sensibilidad siempre es húmedo. Puede que sólo sean quince gotas, pero caerán. Estoy segura. Permítanme la sensiblería.
A lo largo de mi vida me he mudado muchas veces, motivos familiares y de logística han hecho, que cada cierto tiempo, mi vida se pudiera contar por número de cajas de cartón. Incluso hubo una estanca época en mi juventud adulta en la que lo llegué a echar de menos, se me hacía extraño estar más de tres años en el mismo sitio.
Hoy este blog se muda definitivamente. Es un cambio a mejor -porque los cambios siempre lo son- y espero que vengáis todos conmigo. Nos vamos a un sitio más profesional, más serio, pero a la vez mucho más íntimo, personal y propio. Una casa nueva más elegante.
Entre las virtudes que el buen Dios me dio no estaba la de la paciencia y aún menos la de la destreza informática, menos mal que a cambio de dotó de voluntad y tenacidad; también me dio un don sobrenatural para hacer las mejores lasañas del universo, pero no es el caso que nos ocupa. La cuestión es que después de muchas horas conseguí hacer la mudanza completa. En la nueva casa, como si fueran los libros de las estanterías que llenan las paredes de mi hogar real, están todos los textos que hay en este Blog, también los comentarios que hicisteis y que tanto os agradezco. Pese a que no he podido comprobarlo, supongo que algo se perderá, pero eso siempre pasa en los traslados, esperemos que no sea grave la pérdida.
Me acabo de mudar, la casa está con todas las cajas por medio, limpia y nueva, recién pintada, pero aún no me he hecho a la casa ni al barrio, que es mucho más selecto. Espero que la comunidad WordPress me trate bien. Tened paciencia vosotros, por favor.
Por el camino hemos dejado el Nervocalm porque ya sé que todos sabéis de que son las gotas, he adoptado el nombre de 15 gotas porque es con  el que al final se les han ido conociendo. Es más corto y más fácil de teclear, también es el hashtag con el que tuiteo el enlace un par de veces al día.
Trescientas treinta entradas más tarde cierro esta casa, por ahora quedará aquí en stand by, no sé si desparecerá del todo algún día. Ahora no soy capaz de hacerlo. Ya me cuesta cerrar la puerta, siempre me ha costado abandonar una casa aunque el siguiente paso siempre fuera a mejor. Los recuerdos se vienen conmigo, la ilusión con la que lo abrí sigue intacta, la constancia con la que un día decidí que escribiría a diario perdura, los comentario de ánimo y la fidelidad con la que habéis entrado, espero que no me falten ahora...los necesito más que nunca.
Ayudadme a cerrar que a mí las lágrimas no me dejan atinar con la llave en la cerradura... Nos espera algo mejor, 15 Gotas

jueves, 15 de mayo de 2014

TIEMPO PERDIDO

Le quedó cierto regusto a haber perdido el tiempo. Quizás fuera eso lo que más le molestaba. Podía pensar en otras cosas que iban implícitas en ese devenir de días, pero al final, lo que de verdad le irritaba, es que había sido para nada y que su poco tiempo libre disponible, lo había derrochado de una manera estúpida.
Era cierto que había existido una carga emotiva, esto también le podía incomodar. Por poco que sea y hasta de manera tangencial, molesta entregarse a una persona. Aunque la entrega fuera mínima. No podía hablar de amor, tampoco de amistad. Es difícil etiquetar las relaciones, del tipo que fuesen. Ni siquiera iba a intentarlo. A lo mejor - o a lo peor- sólo fue afecto o una manera de empezar a conocerse. Lo intentaron y no hubo esa conexión interestelar, no nació la chispa que parecía a todas luces que iba a prender. No supieron. Quizás él no quiso. A lo mejor ella tampoco estaba en su mejor momento.
Incluso sin verse, existe la posibilidad de saber si dos personas son polos opuestos o tienen la posibilidad de llegar a ser buenos amigos, a formar una duradera pareja, conocidos eventuales, excelentes amantes. Virtualidades que nos ofrecen una manera nueva de relacionarnos, reflexionó. Pero en algún momento hay que llegar a tenerse frente a frente, razonó, aunque si lo descubres antes te ahorras mucho...Ella ni siquiera había llegado esta vez al paso de tomar un café juntos. Tampoco lo lamentaba.
De todas formas, también sucede cuando no hay virtualidades y los primeros pasos se dan en el mundo real. El acercamiento, la conversación, el conocer unos de otros, es un desgaste emocional. Somos seres sociales, es cierto, pero a veces se necesita un océano de paz, un cordón sanitario de nuevas emociones y personas, un poco de soledad. Y eso es lo que necesitaba ella ahora.
No quería saber nada de conocer gente nueva, a duras penas tenía ganas de hablar con la que ya conocía, incluso se veía incapaz de confesarse con las buenas amigas de toda la vida. No le apetecía hablar, ni por escrito, ni siquiera tenía la necesidad de vaciarse y soltar el lastre que dejaba cada intento fallido.
Hasta con esa pequeña herida aún escociendo quería -necesitaba olvidar. Intentar que el frío que se le colaba en el corazón a cada mala experiencia, no se convirtiera en hielo y la hiciera una mujer fría. Pensar. Desconectar de todo. Y sobre todo, aceptar el tiempo invertido, como usado y no perdido.

miércoles, 14 de mayo de 2014

NATALIA

Iba pedaleando con fuerza. Todas las energías que tenían las intentaba mandar a su tobillo, a sus rodillas o donde fuera que fuese la primera pieza del engranaje que ponía en marcha el movimiento que le hacía avanzar. Tenía tanta prisa que no le importaba llevar la frente brumosa de sudor y esperaba que el desodorante que le había robado a su padre funcionara y el olor no le dejara en evidencia al llegar.
Él vivía en el pueblo, todo el año entre esas cuatro o cinco calles estrechas de casa blancas. Ella venía a pasar los veranos y tenía una casita de madera cerca de la playa, casi encima de la arena estaba su porche. Allí la vio por primera vez y se quedó embobado, parado en mitad de la nada mientras su hermano le gritaba que llegaban tarde, que su madre les iba a regañar y movía sus manos, agitándola en el aire como para hacerle volver en sí. En medio de esos aspavientos casi vuelca el cubo donde llevaba los pulpos que había cogido entre las piedras.
Ella estaba viendo el atardecer acodada en la barandilla. Seguro que había visto más de una película en la que sucedía eso y lo estaba imitando. También pudiera ser que en realidad estuviera reflexiva, sumida en la contemplación de los colores del ocaso que perfilaban el horizonte marítimo. Fuera por la razón que fuera, le quedaba perfecto, y la puesta de sol le hacía juego con sus minishort vaqueros y su camiseta rosa.
En el momento en el que ella salió de su ensoñación, quizás por sentirse observada, y le miró fijamente, él se quedó frío y aún más quieto, ni siquiera respiró. No tuvo capacidad de reacción, podía haber disimulado, no fue capaz. Escuchó entonces a su hermano y salió corriendo. La peor opción.
Esa noche repasó la escena una y otra vez, tuvo ganas de abofetearse por su reacción. Había quedado como un tonto, como el pueblerino que era. Ella, tan elegante y de cuidad, habría pensado que era un palurdo que se asustaba de las mujeres. Las mujeres, ¡ja!, en realidad tenía quince años. Ella tendría más o menos los mismos, pero seguro que estaba mucho más "vivida" que decía su madre. No había mucho más que pensar, se decía, había hecho el ridículo más espantoso.
Al día siguiente se sorprendió de verla sentada sobre las piedras. Tomaba el sol con un vestidito blanco de tirantes anudados. Ellos tenían que ir justo a ese sitio. Su hermano, más pequeño, no se daba cuenta de la situación tan tensa. ¡Niños!. Al verla sólo farfulló algo de qué pesada y de si no había espantado a todos los pulpos. Lo hacía mientras andaba diligente, clavando los talones en la arena. Llegó a la orilla y él seguía retrasado, sin saber que iba a hacer. Su hermano volvió a vociferarle mientras se quitaba la camiseta y fue cuando ella, que miraba hacia el mar, se giró como una diosa, como una sirena con piernas y se dio cuenta de que ellos estaban allí. Sonrió. Era sin duda la sonrisa más bonita del mundo.
Había que tomar una decisión, así que le devolvió la sonrisa con cara de sufrido hermano mayor y se acercó a presentarse. La voz le salió llena de gallos y ella no hizo ninguna broma o mal gesto como solían hacer las niñas del pueblo. Era una señorita, saltaba a la vista. Ella le dijo que se llamaba Natalia. ¡Natalia! No puede haber un nombre más bonito en el universo. Natalia.
Se quitó la camiseta como si fuera un Tarzán y se lanzó al agua con estilo. Era su medio natural, ahí si que tenía las de ganar. Intentó presumir mucho pero los pulpos no estaban poniendo de su parte. También le daba miedo que en una de sus inmersiones, al volver a la superficie a coger aire, ella no estuviera. Pero estaba. Estuvo hasta el final. Eso le dio fuerzas, no iba a negarlo, y se envalentonó tanto que le regaló todos los pulpos que habían cogido, cubo incluido.
Le acompañaron a su casa, con su hermano protestando por lo bajini, y cuando se volvieron a casa montados en sus bicis, él iba flotando. Ni las airados argumentos de su  insistente hermano, ni el miedo a que su madre le pidiera cuentas del cubo, ni siquiera lo tarde que estaban llegando a cenar, le importaba. Sólo tenía un pensamiento, un nombre, una cara, una música en su cabeza: Natalia.
De eso hacía exactamente un mes, tres días y un puñado de horas. Hoy habían quedado para ir al cine de verano. Lo ponían cerca de la playa. No era mucho más que un descampado, una lona y sillas incómodas, pero a ellos les parecía mágico. Se suponía que iban más amigos, una pandilla, pero él era el encargado de recogerla. Eso era todo un lujo y una declaración de intenciones. A lo mejor tenía valor de decirle que le gustaba. Lo llevaba intentando muchos días, pero no conseguía el momento, la ocasión, el arrojo. No quería llegar tarde, por eso pedaleaba con fuerza.
Cuando llamó a la puerta de su casa y le abrió su padre se sintió muy azorado, pero supo resolverlo con relativo silencio, pero cuando la vio bajar con ese vestido de cuadritos amarillos y blancos, tan morena y tan guapa, se le abrieron los ojos de par en par. Le tuvo que cambiar la cara demasiado, no pudo disimular el asombro y el padre de Natalia carraspeó con tal intensidad que él se puso firme, se cuadró como si estuviera en el Ejército. Mientras ella reía y cogía una rebequita, que luego refrescaba.
Con la bicicleta a un lado, caminaban juntos en dirección al cine. Ella charlaba de la película, que ya había visto en la ciudad, pero él no podía articular palabra. Iba extasiado en ella, alucinado con su voz y temblando por todo lo que iba pensando. Igual en la oscuridad podría decirle algo. Tendría que hacer por sentarse a su lado.
Antes de llegar ella le pidió que paran, tenía arena en el zapato. Se apoyó en él. Sintió su mano en su brazo y quiso morir. Entonces tomó aire. Le miró a los ojos y le dijo:
- Me gustas mucho Natalia. ¿Quieres salir conmigo?
- ¡Ya era hora!, contestó ella...
Rieron azorados y se miraron a los ojos. Echaron otra vez a andar. Y llegaron al cine cogidos de la mano.